No es fácil perder tantas peleas,
remontar las tareas cotidianas,
decidirse a vivir con la náusea en la nuca.
Resucitar por día, por minuto,
reencarnado en helecho o en hormiga,
resucitar contrarreloj en la caída
para evitar morir de doble muerte.
No es posible aflojar: así es el juego,
esta sutil condena de continuar naciendo a pesar de los otros.
Por eso es que persisto en mi disfraz de circo,
porque la risa y el amor son escaleras
que trepamos sin miedo mientras nos resbalamos
Quiero decir:
tus ojos me han mirado,
y así vale la pena tanto esfuerzo.
Pasaporte
No sería esta carta el único motivo:
los coleópteros vuelan hasta donde pueden
y si la noche cae en emboscada
no es indignidad entregarse en sus brazos.
Hablo de una carta como excusa,
lo que justifica el sello del fracaso,
una pregunta por la irrealidad de las fronteras.
Hoy que las cartas sólo son pasaportes
rememoro el momento de la firma,
cuando alguien creía en las pisadas,
en los tramos difíciles convertidos en polvo.
Y el polvo era de arena movediza
y las pisadas débiles gateos
y la firma un arrebato de temblor.
En el zaguán que adorna la frontera
hay plomo que mira desde los uniformes,
para que acepte la suerte que me toca.
Y esta carta que tengo no me sirve:
hace mucho que porta mi cadáver,
coleóptero pueril que se ha perdido
sin llegar a su flor, a su alimento
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