hay una gran cantidad de cerillos
–Queluz, Missões, Ypiranga–
en la confusión organizada de la mesa
en que trabajo desde hace varios años;
la luz entra por donde no sale un colibrí.
Hay pañuelos sucios, una linterna amarilla, una ampolleta y un vaso.
La cantidad de cajitas de cerillos realmente me asombra
que yo de cierto modo haya abierto todas ellas
en el movimiento de la pequeña llama de cada uno
de lo cual yo participo al prender.
En la cubierta volátil de esta mesa hay una dureza encantada
que sólo me asegura la presencia, sus presentimientos gratuitos,
el instante de tocar una cosa o de limpiarme la nariz.
Algunos gestos se hacen sin retrato aquí
pero existe en la cubierta la marca de la memoria marmórea.
Es una gran mesa-balsa y por eso
puede también perfectamente zarpar con sus pies desarmables.
Lectora
Tan ligera en su vestido estampado,
suelto y con un tirante caído,
sentada bajo un árbol
en cuya sombra el sol penetra
con finos trazos lánguidos,
la mujer leyendo, emparedada por el libro
que tiene en las manos,
no muestra ni sentir en su piel dulce
la lluvia o granizada de insectos
que la recorre, cayendo en línea recta
del árbol espacioso, y se posa
en sus hombros desnudos, en sus brazos
y en su pelo sedoso,
para adornarle el cuerpo pensativo
como joyas raras,
como broches vivos.
Chamas de mesa
há uma grande variedade de fósforos
–Queluz, Missões, Ypiranga–
na confusão organizada da mesa
em que trabalho há vários anos;
a luz entra por onde não sai um beija-flor.
Há lenços sujos, a lanterna amarela, uma ampulheta e um copo.
A quantidade de caixinhas de fósforos realmente me espanta
de eu ser de certo modo o ter abrido elas todas
sem me notar no movimento da pequena chama de cada
do qual eu participo ao riscar.
No tampo volátil dessa mesa há uma dureza encantada
que apenas me garante a presença, seus pressentimentos gratuitos,
o instante de tocar uma coisa ou de limpar o nariz.
Alguns gestos são feitos sem retrato aqui
mas existe no tampo a marca da memória marmórea.
Ela é uma grande mesa-balsa e por isso
pode também perfeitamente zarpar com seus pés de armar.
Leitora
Tão leve no seu vestido estampado,
solto e com uma alça caída,
sentada embaixo de uma árvore
em cuja sombra o sol penetra
com finas riscas langorosas,
a mulher lendo, emparedada pelo livro
que tem nas mãos,
nem demonstra sentir na pele doce
a chuva ou saraivada de insetos
que a percorre, caindo em linha reta
da árvore espaçosa, e pousa
nos seus ombros nus, nos braços
e no cabelo sedoso,
para adornar-lhe o corpo pensativo
como joias raras,
como broches vivos.
LEONARDO FRÓES (1941, Itaperuna, Brasil)
Traducción: Celia Pedrosa
Fuente: Periódico de Poesía
Imagen: Magellanka.plus
Traducción: Celia Pedrosa
Fuente: Periódico de Poesía
Imagen: Magellanka.plus
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