Heliodoro Baptista | Las cosas surgen de la propia ausencia | El poeta ocasional

Heliodoro Baptista | Las cosas surgen de la propia ausencia



Paisaje con poema en segundo plano



I



“Tantos hombres que no existen
para decir el silencio”.
A través de las palabras, las que han sobrado
a los otros y se inclinan a la luz
edificamos la casa, flores alucinantes
y el engaño del fuego eterno
que hay en el amor.
Con esto no invoco un nombre
y mi país, bien protegido, se pone de perfil
con sus mujeres delgadas y sombrías y trágicas
poniendo fuego a los sexos extenuados.
Las hienas dejan de ladrar
cuando el miedo cesa y del paisaje en movimiento
(¿los ríos inútiles? ¿el crepúsculo de las voluntades?
¿los cascos del remordimiento? ¿los niños sublevados?)
se llama, se embebe tipográficamente
la humildad de siluetas alineadas
ante el imposible milagro de los padres.
Como en el circo
hay quien no aplaude.
“Tantos nombres que no existen
para decir el silencio”
pero recuerdo, deletreo lentamente:
nocturno y por lo general inaccesible
un hombre recorre todos los lugares
y se vuelve oscuramente
dentro de sí
-que es la única prisión disponible
para la magnitud de su luz.
Las estrellas bajan al nivel del suelo
y lo guardan para la eternidad
que hay en cada sueño.



II



Todo llegó desde muy lejos
(lo murmuran las mujeres expuestas
acariciando el pubis chamuscado)
para todo este territorio
donde las formas rápidas y convulsionadas
explican las cabezas sumergidas
en el vértigo fabuloso
de las parábolas.
De la infancia a la adolescencia
los chicos lo supieron por el Índico
en la concha llena de sus manos puras y arrebatadas:
la dimensión de lo real es siempre discutible
como hace mucho lo adivinaron
las aves canoras inundando
la inteligencia de la tierra.
Flujo y reflujo en el tiempo y en su sombra
y me disimulo en el hierbajo, en los corales, en el jardín urbano,
en las orejas aprensivas, en la crispación de algunos cristales
y sobre todo en los músculos de las palabras ausentes
creciendo en el formidable espacio del poema.
-el amor lo inundará todo
hasta las raíces de las uñas.
De las letras, algunas noches,
son esas las señales que recibimos.



III



Es eso: se muere o se vive en la ambigüedad
pero el amor arrebata como nunca
antes que en otro lugar de la galaxia.
Entonces pensamos:
sobre toda hoja
está la luz, esta sorpresa
el sudor de animales insatisfechos que se viste de nosotros
y de nosotros se asombra (¿o inquieta, subvierte?)
la urbana convivencia
tejida con silogismos
y adornada de odios.
Las cosas ah las otras cosas
surgen de la propia ausencia.
Y así
hay gente que ama el hambre
pues siempre ha aprendido de nuevos fabularios:
la burla nace cuando la duda
toca el simple y delicado poblado
donde el corazón emite
las seculares olas de repudio.
Las palabras maduran, nos trascienden.
Como los días. Este trayecto inmemorial.
Los vanos oscuros de las escaleras. Los estadios al sol.
Las mesas vacías. Un niño amodorrado en la noche.
El imperio de los sentidos. Una brazada de hojas de mandioca.
Dos mujeres heridas, la porfía. En la piel, los mil ojos.
Y sin sospechar nada, delicadamente
la sombra reflexiva
(¿hace siglos? ¿desde ayer?)
de un escriba en la audición
del poema que no hará.
Porque, hoy como nunca,
“tantos hombres que no existen
para decir el silencio”.



Paisagem com poema em segunda plano


I



«Tantos nomes que não há
para dizer o silêncio».
Através das palavras, as que sobraram
dos outros e se encurvam à luz
edificámos a casa, flores alucinantes
e a canganhiça do fogo eterno
que há no amor.
Com esta não invoco um nome
e o meu país, acocorado, volta-se de perfil
com suas mulheres magras e sombrias e trágicas
pegando fogo aos sexos extenuados.
As quizumbas deixam de ladrar
quando o medo cessa e da paisagem em movimento
(os rios inúteis? o crepúsculo das vontades?
os cascos do remorso? as crianças sublevadas?)
nomeia-se, se embebe tipograficamente
a humildade dos vultos em fila
ante o impossível milagre dos pães.
Como no circo
há quem não bata palmas.
«Tantos nomes que não há
para dizer o silêncio»
mas lembro, soletro devagar:
nocturno e geralmente inacessível
um homem percorre todos os lugares
e volta-se escuramente
para dentro de si
- que é a única prisão disponível
para o tamanho da sua luz.
As estrelas baixam ao nível do chão
e guardam-no para a eternidade
que há em cada sono.



II



Tudo veio de muito longe
(murmuram-no as mulheres expostas
acariciando o púbis chamuscado)
para todo este território
onde as formas rápidas e convulsas
explicam as cabeças submergidas
na vertigem fabulosa
das parábolas.
Da infância à adolescência
os meninos souberam-no pelo Índico
na concha cheia de suas mãos puras e arrebatadas:
a dimensão do real é sempre discutível
como o adivinharam há muito
as aves canoras inundando
a inteligência da terra.
Fluo e refluo no tempo e na sua sombra
e dissimulo-me no capim, nos corais, no jardim urbano,
nas orelhas apreensivas, na crispação de alguns cristais
e sobretudo nos músculos das palavras ausentes
a crescer no formidável espaço do poema
- o amor inundará tudo
até ao sabugo das unhas.
Das letras, em algumas noites,
são esses os sinais que recebemos.



III



É isso: morre-se ou vive-se na ambiguidade
mas o amor empolga como nunca
antes em qualquer nervo desta galáxia.
Então pensamos:
por cima de toda a folha
há a luz, este surpreendimento
a suor de animais insaciados que se veste de nós
e de nós se assombra (ou inquieta, subverte?)
a urbana convivência
tecida em silogismos
e recamada de ódios.
As coisas, ah as outras coisas
surgem pela própria ausência.
E assim
há gente que ama a fome
pois sempre aprendeu dos novos fabulários:
a burla nasce quando a dúvida
acontece o simples e delicado povoado
onde o coração emite
as seculares ondas de repulsas.
As palavras amadurecem, transcendem-nos.
Como os dias. Este trajecto imemorial.
Os vãos escuros das escadas. Os estádios ao sol.
As vazias mesas. Uma criança estremunhada na noite.
O império dos sentidos. Uma braçada de folhas de mandioca.
Das mulheres feridas, a teimosia. Na pele, os mil olhos.
E insuspeita, delicadamente
a sombra reflexiva
(há séculos? desde ontem?)
de um escriba na audição
do poema que não fará.
Porque, hoje como nunca,
«tantos nomes que não há
para dizer o silêncio».



Poesía mozambiqueña
HELIODORO BAPTISTA (1944, Quélimane / 2009, Beira, Mozambique)
Fuente: ƒ de RSB
Traducción: Renato Sandovalito Bacigalupo
Imagen: Escritas.org

0 Comentarios