Fotografía de Kurt Markus (extraída del Fb de Jonio González)
Jim Harrison (Míchigan, 1937 – Arizona, 2016) fue escritor, poeta, viajero, pescador, gran gourmet y buen bebedor. Se lo considera uno de los grandes narradores norteamericanos y ha sido comparado en innumerables ocasiones con Faulkner y Hemingway. Hijo de un ingeniero agrícola y un ama de casa, perdió casi por completo la visión del ojo izquierdo a los siete años, cuando una niña le atacó sin mediar palabra con una botella. Desde entonces fue la oveja negra de la familia, y mientras sus hermanos forjaban sus carreras como decanos de distintas universidades, él ya había dejado de estudiar a los dieciocho años y se había marchado a Nueva York tras la sombra de Rimbaud, quería ser poeta. En una entrevista reciente, Harrison declaró: «Cualquiera que estuviera un poco loco me gustaba. Yo era como un personaje de Roberto Bolaño, siempre persiguiendo las cosas más descabelladas». Harrison leyó a Bolaño, pero antes leyó a Federico García Lorca, Jorge Guillén, Antonio Machado, César Vallejo… Eso sí, siempre como autodidacta, nunca fue a un taller de escritura y sin embargo dominó todos los géneros, siendo autor de una veintena de novelas, catorce poemarios, diversos ensayos y dos volúmenes de memorias, una extensa obra que ha sido traducida a más de treinta lenguas. Sus libros han conformado una constante exploración de la relación del ser humano con la naturaleza salvaje, y un viaje de ida y vuelta entre los laberintos de la mente y los placeres del cuerpo. Nadie como él ha descrito los grandes paisajes de Estados Unidos, el legado indio (del que él mismo es depositario) y la historia contemporánea de la América rural. Entre sus obras más importantes se encuentran la mundialmente famosa, por su adaptación al cine, Leyendas de otoño, así como Dalva, Sundog o Julip.
Fuente: Errata naturae
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