Salvaje
Todas las cosas buenas son salvajes y libres
Henry David Thoreau
Un cachorro de jaguar abre los ojos
cuando la luz empieza
a retirarse y es la hora del hambre, de aprender
a procurarse el alimento
por sí mismo. Cierra
los ojos cuando el sol aparece,
en medio de las hojas filtrándose,
tocándolo como se toca a un animal salvaje
aún pequeño: con suavidad,
con miedo, con prudencia. Yo te dije:
un jaguar no es hijo
de nadie, es siempre huérfano. Pero quisiste
darme casa y alimento, la domesticidad
que cura y tranquiliza a los serenos, que enloquece
y esclaviza a las fieras. No quiero
la familia, la casa, la luz demasiado brillante
sobre el cuero. Duele. El cuero está curtido
pero debajo hay lastimaduras y el calor
las trae de vuelta, me hace volver
a retorcerme, es la soga que me encorva
y me entristece. Yo te dije que no puedo.
No puede la bestia calmarse y condolerse
de sí misma, no puede desprenderse ya
de su fiereza que es amor
aunque aterre a todo el que se acerca: amor a la inestable
y violenta vida que encrespa los nervios,
amor a las silenciosas
ramas del álamo que espera la estampida
porque en su interminable estarse quieto es el momento
más precioso: el momento en que despiertan
las criaturas del bosque y se aparean y se matan
y se lamen las heridas mutuamente, una vez
terminada la batalla que siempre,
pero siempre, recomienza.
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