Otto René Castillo: Mientras no acaba de llover



El gran estafado



Uno se pierde,
a veces,
en el fondo
de una mujer
y no vuelve
a encontrarse
jamás.
Uno se marcha
luego por el mundo
incompleto de sí,
completo silo
de su silencio.
A veces,
en un bar,
tomando coñac
y oyendo
tristes blues,
se acerca alguien
que nos recuerda
a la mujer
donde nos hemos
perdido.
Y su compañía
nos deja más solos
que nunca.
Uno se bebe
su coñac
y se va luego.
Sin que nadie
lo entienda,
porque se marcha
sonriendo.
Si al menos
estuviera triste.
Si sufriera
al menos,
se murmura.
Uno se sale
por la puerta de fondo,
porque se considera
el gran estafado,
cuando en realidad
sólo se ha perdido
en el fondo complejo
de una mujer,
que ni siquiera
se ha ido,
sino que solo
nos ha dejado marchar.
En realidad,
no nos ha entendido.
Nos gusta que nos digan,
como a los niños solitarios:
"No te vayas. Quédate aún.
Es todavía tan temprano .
Eso hace tan importantes
nuestros besos,
que uno cae víctima
de su propia importancia.
Uno es así cuando está solo.
Copado de si hasta los bordes.
Uno necesita que alguien
de verdad lo necesite.
Y como nadie lo llama,
para que uno no se vaya,
entonces uno se pierde,
en el fondo de una mujer,
que luego también se marcha,
reyendo que nos hemos aburrido
de besar sus labios y mirar su alma.
Es todo tan complejo
que, a veces, pienso
con envidia
en los enamorados sencillos,
que unidos por las manos
y los labios,
no conocen aún
la soledad del cuerpo.
Uno se pierde,
a veces,
en el fondo
de una mujer,
que luego se va,
y cuando uno se ha ido.
Y ya no nos volvemos
a encontrar.
Porque uno se queda
solo consigo,
para siempre,
creyéndose
el gran estafado,
que debe beber coñac
y estar muy triste,
para cumplir
su ronca tarea
de vivir.



Siempre de lluvia, en Berlín



Llovía sobre Berlín,
cuando leí
el claro color del viento
en tus pupilas.
Como un caballo
galopaba el agua
sobre el silencio
de la calle.
Era como si el cielo
de la gran ciudad
llorara
la muerte de una estrella.
Un perro de ceniza
aullaba en el horizonte
y el corazón de los tilos
sentía inquieto
la honda ausencia
de los pájaros.
Ellos, tal vez, en el sur
cruzaban y cantaban,
ignorando estas ramas despiertas.
Llovía sobre Berlín,
y esa lluvia
no terminaría nunca de caer
al fondo de mi alma,
en donde tus ojos
encendían dulcemente
sus riachuelos azules.
Juntos estábamos
como si juntos hubiésemos
estado toda la vida,
frente a la Puerta de Brandenburgo.
Mi mano vuela
hacia tu cintura redonda,
y juntos vemos cómo,
 el agua
pasa debajo de las grandes
arcadas, libremente cantando.
En lo alto, dos banderas
hablan un áspero lenguaje
con el agua y el viento.
Y siguen de pie
sus altas torres de colores.
Cerca de mi lejanía
de entonces
sigo leyendo aún
el claro color del viento
en tus pupilas,
cuando la lluvia
desciende con soltura
por las anchas avenidas
del aire.
Y me digo,
más para consolarme
que para recordarte:
todo invierno tiene lluvias
que no han de acabarse jamás.
Y me busco tus manos
para reposar en ellas
el hueco ardiendo de mi cara,
mientras no acaba de llover.


poesía guatemalteca
OTTO RENÉ CASTILLO (1936, Quetzaltenango / 1967, Zacapa, Guatemala)
Enlaces: http://amediavoz.com/castillo.htm













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