Todavía tenemos el agua.
Un suero prodigioso corre todavía,
invisible,
por nuestras venas jóvenes.
La corriente remonta las partes altas
adonde van a deshacerse
los ahogados,
los peces débiles,
las ramas desprendidas,
la lentitud del frío mientras sube
matando el aire.
La piel espera limpieza y perdón
y sobre todo sed.
Pero todo lo que sobrevive desemboca
en el impulso de otra agua
irremontable.
Mitigamos la belleza con nombres,
como si nos curara enfermarnos de eso.
A la espesura de los bosques
la llamamos verde,
oscuridad,
mitos de casas de los árboles;
al polvo de la tierra, humo.
Decimos nervaduras
a las venas quebradas de las hojas,
sangre al color de la respiración.
Llamamos mar
a la deriva persistente del agua.
Llamamos a lo que no habla
con este miedo.
Julieta Lopérgolo (1973, Rosario, Santa Fe, Argentina. Licenciada en Letras y en Psicología.
De: "Para que exista esa isla", Postales japonesas, 2018. Desde 2017 vive en Montevideo.
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