La bella de Sâo Paulo
Qué pudo arriesgar tu madrugada espesa
entre aquel mi desorden que construía y desandaba palabras hasta
desgastar los objetos
los insanos objetos que supieron rodearnos con bulliciosa inquietud.
Mujer de madréporas y ataques a mansalva en la noche
yo he visto tu fantasmal agonía tras hallarte entre feroces ráfagas de
locura
suicidios, escándalos e infatuación.
Mi corazón se cubrió de algas
para luego abrirse a la amplia parábola de las tormentas que se sucedieron
al desgaire.
(Y habría de colarse por las hendijas de las habitaciones
en que deambulan los goces que conocí
y el pesar que me entrega lo mejor de mí mismo).
Estas, que son también tus agallas,
nacieron contigo para alcanzar el clamor de los habitantes de la urbe
que te sonreía agradecida por tu presencia.
Hoy, que en tus piernas conoces el regocijo y la tristeza habitual de
los insomnes,
el delirio de la ciudad en que abandono mi orfandad te mesa los cabellos
y en tu seno
(antiguo con la antigüedad de las antiguas fotografías rebosantes de
alfileres
en el regazo de aquella adivina negra dispuesta a presagiar tu felicidad)
se hamaca el vertiginoso paso de mi paso.
Tu belladona se deslizó por las calles en que amanecía nuestra piedad
y en que, a veces, hasta el desprecio supo de nosotros.
Esplendente, entre gritos desenfrenados,
hubo quienes te bendijeron desde sus más serias pasiones
pero tu historia continuaba desde donde provienes y hacia donde le
encuentras.
Nosotros, que cobijamos el silencio para sólo depredarlo ante la firme
resolución de no hallar sustitutos al verano,
nos encaminamos, a veces con excesiva lentitud,
a los mares cálidos de ese norte de tus tierras en que hoy te encolerizas.
Deberíamos preguntarnos
hasta dónde se unirán en tu cuerpo las sucesivas caídas al mar,
las del regocijo para venero de tus fecundas sementeras en el azar de
un hallazgo de oro y manías.
Tu cuerpo, primogénito en la pulpa de los demonios
que adquieren en ti forma y color de bonanza.
Asperga tus metales en el ojo de la escolopendra que devora sin consideración
a su propia especie para deslizarte luego por el dominio
de las avenidas
en que el légamo
es un trozo de lucidez contra el cielo lejano de las inmoladas en las
altas horas de la noche.
Los que te entregan sus dineros
ignoran que en sus rostros se leen fragmentos de tus fabulosos sueños
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