Patria del idioma
El invierno no había terminado
pero en los árboles sonaba el corazón de una hoguera,
el rumor de los brotes que hinchan la vieja piel
y parten las puntas más finas de las ramas una a una.
Con sus alas, con su breve posarse,
con su pico y sus garras minúsculas,
los pájaros llenaban el aire del color y los fragmentos
de aquel fuego primaveral
que volvía a hacer sus primeros anuncios.
A semejanza, teníamos el ánimo de unos estudiantes extranjeros
que hubiesen llegado al país
un poco antes de la fecha acordada.
Sobre la mesa
los cítricos mostraban un lustre incandescente
que aquella mañana no nos parecía artificial. Convidábamos
y hasta hubo un momento de refutación poco solemne,
alborotada,
cuando alguien advirtió –se lo había dicho su madre-
que comer mandarinas en exceso
era causa de una enfermedad llamada escorbuto.
El invierno volvió, arremetió,
el rumor de los brotes se apagó contra el viento,
los pájaros aparecían a deshora.
Sólo las frutas, con sus pulidos destellos
conseguían retener aquella promesa de la primavera.
Primavera.
Mandarinas.
Escorbuto.
¿Dé que gajo secreto, torcido y nudoso, colgaban las palabras?
¿Y hacia dónde colgaban con su error o su verdad?
Recordé con vergüenza tan fácil refutación,
y su madre que desde hacía años estaba muerta…
Filos de la encerrona
Y fue la noche blanca de su captura,
trampa de noche entera con que su misma sangre lo perdió:
de una sombra a otra sombra
que era el saco ensanchado de los hombres.
Ya dentro de ese túnel (terso como su cuerpo)
que el forcejeo anuda.
Ya dentro de ese enredo como una vez la bolsa
que de un pujo lo puso en la maleza.
Con dos varas cruzadas lo suspenden,
sobre un trillo lo llevan dando tumbos,
sobre la hierba baja y florecida.
Ya en la mañana oscura
cuando el rabo del ojo le descubre contra la cal del muro
una cosa doblada, áspera sobre sí,
y en flanco propio
muerde.
Lugar
También yo he estado allí
donde no hay nada quieto,
nada perdurable,
apenas ese sitio donde afirman los pies
y alguien que se descubre
en su frágil segundo, su resguardo.
Un secreto disperso,
arrojado a las aguas
y a la tierra.
Como el mundo que surge
a la sombra de un fruto
que ya en su día fuera
el hijo del follaje y de las sombras,
he agradecido la noción,
la palabra que invite a otra palabra,
que se atreva a nombrar,
a ser comienzo.
ALESSANDRA MOLINA (1968, La Habana, Cuba)
Imagen: OnCuba
Imagen: OnCuba
0 Comentarios