Hay un silencio de catedrales
y un búho atraviesa la noche.
Grazna y me recuerda
que no hay descanso en los ojos abiertos,
que el corazón lleva años latiendo.
Y que no se detendrá hasta el diluvio,
hasta que entregue con mis manos
la memoria que abandoné en el campo.
Soy el hombre peculiar que fuma
y ve en el humo el deseo de una mujer
calcinada como una flor en el verano,
mientras su propia cabeza se asemeja
a una piedra suelta sobre el asfalto.
Erro por los suburbios y veo el fogonazo
de mis huesos sobre la niebla.
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