Alicia Silva Rey




El poder de unos límites 






Escucho voces en el silencio de la planicie o pampa. Hablan aquí las almas muertas y vivas que han sido conmigo en mí.
Esa primera persona donde confluyen río y mar, dos órdenes o filiaciones, ¿recuerdas?

Se dice de mí: "por qué el tú". 
Porque ahí nace el plural.



Estoy en el vestíbulo de mi ojo por primera vez.
Una pequeña judía de la estepa
que subsiste en el bosque consumiendo raíces
(se hizo quitar el lunar de la espalda porque su varón era lento e impresionable),
trató de entrar a la antigua luz por la fuerza y prendió velas rústicas para incendiar su lista de mortificaciones. 
(declinar latines en lenguas, de pastores;
habitar casas que otros habían olvidado incendiar).



Ese resto de sí era una horquilla de oro.
"Alondra", murmuraba.
Ninguna cosa era ya comestible y sus maestros habían usado con ella la vara de azotar.

¿Cuánto dura el destierro?
¿Discutirá eso con los altos poderes?
¿Temblará?
¿Entrará cubierta o descalza?
Meditará –antes de decidir- ¿sobre cuáles palabras?
¿En qué lenguas?
El crepitar de las velas, ¿arderá de un amor desconocido?
Las penas, ¿seguirán estando delante de sí?
¿Sus pupilas se abrirán, se desempañarán?
¿Recibirá como consuelo una cucharada fría de arroz?



Una ramita de menta o de heliotropo dan el tono pero no dan el ritmo.
La casa rota, la levantó.
El follaje caído, lo hizo calor y lumbre. 
Los niños hongos, el niño musgo y las niñas líquenes, 
más tarde encontraron refugio y alimento 
y la matriz del bosque -como si se dijera "la vida" aunque no era sólo la vida- prosperó.
Y ella se sienta a contemplar
la resurrección de los cuerpos
y la anulación del olvido
en el corazón
de la linde.
Los pájaros tuertos o ciegos
-un águila, ciertamente pequeña y débil, ciega de un ojo, trepada a la araucaria, dejaba rodar su lágrima de resina y dos hombres malos la rescataron
y yo la defendí, vale decir, ella de la mano del águila-.
Supo que la tenían atada con un cordel largo
en un pasillo frío.
Cómo huyó, no se sabe.
Vuela ahora esa ave poderosa
y triste, un águila común, 
de las tosqueras
que es de donde nosotros venimos.








¿Nosotros, -diatomeas, amapolas, campos de trigo, cuerpos en suspensión, caballos negros, ¿Vida como en las arañas que construyen sus telas a partir de hebras rectas que unen en un centro y luego, matemáticamente, orbitan? ¿Cómo en los cesteros y tejedores que superponen trama a urdimbre en sucesión perfecta irradiando costuras desde un único centro? ¿"Infierno", "Paraíso", "Purgatorio" concebidos, dicen, por Dante como mandalas a imagen y semejanza de? ¿"Paraíso" entrevisto como la rosa cuyo centro -con el poder del hueso sacro de una pelvis humana- sería, acaso, copia insondable del orden dado hasta la menor partícula de cosmos? ¿La creación de una nuez abarcaría lo infinito, huéped llevado por arcos logarítmicos? ¿ Mil pétalos que instruyen lo inhumano y eso es Metáfora, Nota al Pie?

Hay reciprocidades armónicas y no armónicas. Las dos mitades de la hoja de begonia no ritman o lo hacen de manera aleatoria. La hoja cordada de la lila se desplaza a través -cuestión de crecimiento- de cuatro círculos dentro del espacio de los primeros dos radios - una geometría y una ética del ritmo en el espacio-; reduciéndose in progress a tres, a dos, a uno ; manifiesta su impulso heroico aumentando tres círculos antes del final. Lo sin padre, como el "Sermón de la Flor" de Buda, no pronuncia palabra. 



3



De rodillas, en la carretera vacía, tosiendo.

Tose como a los ocho años en José León Suárez, La Quema. Alas en los pies. Mirá, una valija, está buena, bajala.
Tose a sabiendas de que lleva el chico pegado a él. Largando los pulmones. Nadie puede ponerse en el lugar de quien pierde el aliento.

“Tierra baldía, cieno, frío sin contemplaciones. Le dije que si hablaba así, me lastimaría los oídos, bostezaría hasta aplacar el impacto rústico de su voz. –Sin rescoldo – le dije-, en la negrura de lo no dicho va a cocerse el pan de la discordia, no hablés”.
Se irguió, buscó en el reseco morral el último tabaco sin dejar de toser, declinando como en una plegaria el trepidar del viento en las orejas, su zona delicada.

"Cómo separarse los cuerpos a causa de la imposibilidad de compartir el umbral de un lenguaje". Fumó, el humo lo ayudaba a respirar sin toser, el chico pegado a él, olor de marismas invisibles.

" De haber sabido pronunciar…Una lengua como hecha de fierro, no digo que ella no me gustaba: me era insuficiente".

Tanteó el piso de litio, fumó muy lentamente, inspirando ese bálsamo del tabaco en los bronquios, “su palabra, la de ella, hubiera sido el amarradero para el chico pegado a mí pero su palabra triscaba como arpillera granulada en los labios, me alejaba de la mujer a la que denominaban Rosario. No se desea sino lo que se presiente como un sueño a punto de perderse en la lengua. Solo se aman unos pocos sonidos perfectos en su encadenamiento insular.

Ella –no era su culpa-, fue desmontando sin querer los suaves eslabones, las perlas, esas cuentas donde orar y desear”.

Imaginó el carrito palmo a palmo, a ver si recobraba el aliento, se fue adentrando como entonces en la grava del basural. Vio al chico despegarse, dibujar algo con el dedo en la grava.

La lluvia blanda remolcaba en su agua lechosa otra superficie translúcida, un tejado sería. Los dibujos del chico en el suelo sonaron como cuando se pisa en el musgo empapado, ¿creés que tendré frío?, algo se posaba en los labios, se inscribía en la inflorescencia de las lenguas sin mar.  



(Inéditos)


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