María Mascheroni | El poeta ocasional

María Mascheroni




UN silencio caliente    una enfermedad mortal 
arropa a todos los insectos entre sus vapores indiferentes 
este espacio detenido no promete 
las sombras no orientan 
ni las estrellas cuando el cielo descarnado 
enero nos ha desorientado nuevamente 
quiere y no quiere    quiere   y la margarita ya bosteza 
yo no sé 
dura perdura 
se desenrolla como las almas que duermen en los helechos 
enero es la simiente del letargo 
el capullo de virgo 
la razón enarbolada entre cotorras hirientes 
chillan cotorrean cantan chillan 
hasta quitarle las ganas al verano   
nosotros vemos que la piel decrece 
el agua sobra 
las piernas quieren desesperadamente afirmarse  
como un duelo de sátiros entre las flores 
pasa lento como el hornero lento 
o un manto para las conciencias arrasadas por los meses que avanzan 
hacia el comienzo que enero no promete 
que enero se saltea 
sin querer  
sin remordimiento 
enero se recuesta entre el plumaje que los pájaros pierden 
adentra en la argamasa de lo nuevo 
y vuelve a distenderse 
como el cuerpo largo de un animal que despierta 



LA tristeza de los primeros días persuadió con facilidad a las acacias, 
a las gargantas fatigadas y cada tarde 
la conversación inadvertidamente  
halló sus fuentes en aguas lánguidas y claveles del aire 
gentilezas materiales a modo de recuerdos 
allí se encuentran las amigas 
en el muro de las palabras y la idea del amor 
algo inquietas    incrédulas de madurez  
preguntan por la mañana en los espejos cómo es 
cómo estoy aquí 
en este rostro que me mira con edad 
ríen y raspan la superficie de los comentarios 
desfilan con alegría bien intencionada por las habitaciones  
                                                                                      espaciosas 
como si hubiera bien o cercanía 
mientras una necesidad terrible    mal trazada    se hunde 
subrepticia en la zona que no se siembra 
y produce pequeños desórdenes en sus tocados 
pensamientos de aire confuso 
arraigo    a los claveles 



la bella vejez 




hoy tengo un buen día    dice 
y mira las flores    con la punta de los dedos 
se cerciora 
día a día se cuentan ahora los días de su vida 
roza las flores 
decide recomenzar con las orquídeas 
mientras me cuenta 
un interruptor celeste ordena como puede 
la partitura inicial de la mañana  
      olvida que sus ojos no 
      -la mano o incluso mi relato verán más- 
      y la escena de pétalos carnosos desata la visión 
               milagro otra vez entre las ramas negras 
               detrás de las ramas negras 
mi madre tiene hoy un buen día  
ochenta y tres años 
y un hilo de colores variados 
con el que enhebra diaria y delicadamente 
su coronilla a los instantes 
             - alegría de cada siesta en el relámpago- 
si dios quiere 
yo sólo atino a declinar mi infancia 
y alzo las flores ante ella con alegría 
como si el abrigo no acabara nunca 

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