Ray Bradbury | El poeta ocasional

Ray Bradbury

Ray Bradbury

Recuerdo




Aquí es donde veníamos, pensé,
de aquí para allá, por los prados,
hará cuarenta años ya.
Yo había vuelto y paseé por las calles
y vi la casa en  la que nací,
crecí y viví mis días sin fin.
Ahora, siendo cortos los días,
simplemente había venido a contemplar y mirar detenidamente la visión de esa
infinita maraña de tardes.

Pero ante todo, deseaba encontrar los
lugares por los que yo corría como los perros, delante o detrás de los niños,
las rutas anotadas por los indios o por los hermanos raudos y juiciosos
imitando a una tribu.

Llegué al barranco.

Descendí por el sendero,

yo, un tipo de pelo encanecido, pero,
sobre todo, de pensamientos graciosos, y encontré el lugar vacío.

¡Imbéciles!, pensé. ¡Oh!, chicos de
esta nueva época, ¿cómo no sabéis que el abismo aquí nos espera?

Los barrancos son especialmente
hermosos y de un bello verdor, misteriosos y bullentes de monos y bestias, de
criminales abejas que roban a las flores para dar a los árboles.

Aquí reverberan las cavernas y los
riachuelos que hay que vadear después del saqueo:

un bicho de agua, un cangrejo, una
piedra preciosa o una bota de goma perdida es un tesoro natural ¿y por qué este
lugar está en silencio?

¿Qué ha pasado con nuestros chicos
que ya no se apresuran para quedarse a contemplar la artesanía de Cristo:
su sangre brillante y sangrada en los
jarabes de los bellos árboles heridos?

¿Por qué sólo hay serpenteos de
abejas y mirlos y arqueada hierba?

No importa. Camina. Camina, dulce
memoria.

Di con un roble al que yo a los
doce años una vez había trepado y desde el que grité a Skip para que me bajara.

Estaba a mil millas de la tierra.
Cerré los ojos y chillé.

Mi hermano, muy dado al jolgorio, dio
grandes risotadas y subió a rescatarme.

¿Qué hacías ahí?, dijo.

No respondí. Casi me baja muerto.

Pero allí estaba yo para colocar una
nota en un nido de ardilla en la que había escrito un viejo asunto secreto ya
muy olvidado.

Ahora, en el verde barranco de años
intermedios me quedé bajo ese árbol "¿Por qué? ¿Por qué?, pensé, Dios
mío", No es tan alto. ¿Por qué chillé?

No serán más de cinco metros. Voy a
subir sin problemas.

Y lo hice.

Y me acurruqué como un solitario mono
envejecido, agradeciendo a Dios que nadie viera a ese antiguo hombre haciendo
el ridículo agarrado grotescamente al tronco.

Pero luego, ¡ay, Dios, qué sorpresa!

El agujero de la ardilla y el perdido
nido aún estaban allí.

Me tendí un rato pensando.

Me empapé de todas las hojas, las
nubes y los climas, transcurriendo tan mecánicamente como los días.

 "¿Qué? ¿Qué? ¿que sí?,
-pensé-. Pero no. ¡Algo más de cuarenta años!

¿La nota que puse? Seguro que ya
había sido robada.

Un chico o una lechuza la habría
birlado, leído y hecho trizas.

Se habrá esparcido por el lago como
el polen, hoja de castaño o el tufo del diente de león que surca los vientos
del tiempo...

No. No."

Metí la mano en el nido. Ahondé bien
los dedos.

Nada. Nada de nada. Pero al ahondar
más

allí estaba:

la nota.

Como alas de polilla nítidamente
empolvadas, bien plegada había sobrevivido. Las lluvias no la tocaron, la luz
del sol no decoloró su contenido. Ocupaba mi palma. Conocía su forma:

Papel rayado de un viejo libro de
garabatos de Jefe indio Sioux.

¿Qué? ¿Qué? Oh, ¿qué había puesto yo
allí en palabras hacía ya tantos años?

La abrí. Ahora mismo tenía que
saberlo.

La abrí y lloré. Me pegué al árbol

y dejé las lágrimas caer y rodar por
mi barbilla.

Querido muchacho, extraño niño, que
debe haber conocido a los años y contemplado el tiempo y olido la dulce muerte
en las flores.

En el lejano cementerio.

Era un mensaje al futuro, a mí mismo.

Sabiendo que un día debo llegar,
venir, buscar, regresar.

Desde el joven al viejo. desde el yo
que era pequeño y fresco hasta el yo que era grande y nunca más nuevo.

¿Qué decía que me hizo llorar?

Me acuerdo de ti

Me acuerdo de ti.



RAY BRADBURY (1920, Wakenaun, Illinois / 2012 Los Ángeles, California, Estados Unidos de NA)
Traducción: Jesús Isaías Gómez López

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