Bodas
Ahora soy de cuidado. Una figura de cerámica roja o negra
de volumen variable y un impacto de hierro.
He sido vaciado, objeto de cierta consideración,
amputado en mi ser doble y a mi vez, dividido.
Separado
en pedazos
de lo íntimo, arrojado
a este espacio en el que soy cualquier cosa
de irreconocible valor.
Caen las piedras en esta ciertamente muy oscura noche.
La rocosa materia exánime.
Las prendas desgarradas de mi ser flotan en un agua imposible.
Ni hambre ni sed ni cansancio. Ni la morada del sueño.
No sabía que todo esto me esperaba como regalo de bodas.
Sabía que éste era mi regalo de bodas.
Que vuelva y vuelva, este regalo.
La fiesta ha fermentado y desfallece. Cubiertos de joyas, calzan caligrafías laminadas laqueadas cubiertas apenas en los bordes de una costra fulgurante de sangre. No. No. Sin recaída en el lenguaje. Sin alaridos.
Todo hombre sirve primero el buen vino en sus bodas;
y cuando ya han tomado bastante, entonces saca el inferior.
Pero tú has guardado el buen vino hasta ahora,
tú has convidado primero lo aguachento de la sangre en el vaso;
tú no dejas de quedarte conmigo aquí no muchos días.
A saber, un fragmento de ser aislado de la realidad es lo que es en sus ligaduras.
Falda colgante, hombreras. Las gemas evaporan escamas encajes.
No tienen vino.
No porque todavía no ha llegado mi hora.
Seis tinajas de piedra con agua para la purificación.
El encargado del banquete prueba el agua de sangre hecha vino.
No es el roce del pañuelo de lino en los labios lo que importa
ni el que nos fuera ofrecido al borde de aquella niebla gris de acantilado,
ese momento del que no se recuerda el hule basto como mantel,
lo vil de una cocina, el repasador usado, la alacena donde iban a ocultarse los venenos. El tacto el toque del pañuelo en labios, esa imagen creada por mí al haberse suspendido el relato en el deseo, alimenta el fantasma del amor en el
rodeo de ese acto dicho hablado. Esa escena y palabra del pañuelito vale ahora porque en el sueño, fui llamada al reino de las sobras. Y alojada en escritos cuyas letras no habrían sido buscadas.
La mano de él posada en el pecho de ella, plano.
Quieta en su transición que organza encubre.
Mira él por encima del rojo, tiene un velo
que encubre la mirada, resto que es aceptado en su penumbra.
El vals. Las perlas. La novia en sí devuelta al rictus
que asoma y escuda el velo de él, nupcial. Su mano
puesta en ella ataviada con un saco de caza rojo.
Todo lo que digas es poco, lo que no naciste no está por renacer.
Cómo saber si existía quien fuera tu morada. Qué lengua
hablarías, besarías, devorarías en la oscuridad de su ser
ataviado con tu saco de caza el día de las bodas.
El relámpago de un segundo de cronómetro, tu vida en él.
La organza roja, la manera de los muebles comprados acicalados por él sin ti, en el oro de la sobra, en el cieno de la sobra que soy. Desfigurada de sentidos, el teatro de una escena de la que fuiste extirpada: la matriz de una lengua natal no castrada te llevó a esta bahía del oro consumado en palabras y sabemos muy bien de qué oro están hechas endebles posesiones.
Producirse un instante la ilusión
de que habría en el vaso
una flor que no está
-y lo cruel de la escena en primer plano
que contrasta con el sereno paisaje de fondo,
que no existe-. La erección
en el aire
de esa imagen real
–el sereno paisaje que no existe-,
habrá sido cuando
tomé un lugar al otro lado del espejo,
lugar del sereno paisaje que no existe,
tomada ahí, por ese pasaje ciertamente virtual
de un tiempo a otro, de un campo a otro de visión capturada.
Esa escena, en la lejanía, está enmarcada por troncos de dos árboles talados.
Por amor
destaco el delicado paisaje de fondo que no existe,
no el banquete nupcial.
Este poema integra “Partes del Campo”, libro que publicará próximamente Ediciones de la Eterna, San Miguel de Tucumán, colección dirigida por María Belén Aguirre.
ALICIA SILVA REY (1950, Quilmes, Provincia de Buenos Aires, Argentina)
Imagen: Facebook de ASR
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