Silvio Mattoni: Si no escribo, no veo nada



Antes de ayer, fui a leerles poemas, en uno de los colegios más caros de la ciudad, a chicos y chicas de diecisiete. En sus caras saludables, en los tonos de pelo castaños y rubios, en el interés de algunos y el desinterés de otros que miraban sus teléfonos, se podrían analizar modos en que los grumos del capital procuran seleccionar formas apropiadas, cuerpos decididos. Pero no hizo ni falta. Después de los poemas, uno trágico de un muerto, otro jovial de un amigo, uno mío que les contaba cosas bastante amenas, entre las preguntas forzadas por el poco brillante profesor de literatura que me había invitado, surgió lo evidente: “¿es rentable escribir?” Mi respuesta fácilmente negativa esconde otras satisfacciones, un modo derrochador y entrópico de entender la plata. Tuve que hacer de conde ante niños burgueses. 

Entre los suvenires que me dio la directora, empleada o ama de llaves del lugar, estaba esta birome con la que escribo hoy, grabada con el escudo moderno del establecimiento y su dirección en internet. ¿Será rentable la niebla de este cielo plomizo que hizo bajar el frío finalmente de un otoño que se acaba? Mi renta es el color verde apagado de los árboles en el día uniforme, bajo esta luz homogénea, sobre el prado que separa la biblioteca del rectorado. Pero también acá todo es expectativa, planificación, servicio al interés. Y si es un interés común, más servicial todavía. En un rato daré una clase sobre las cumbres de la experiencia que se alcanzan cuando no se las busca. Y a la noche, leeré más poemas entre jóvenes poco aptos para la supervivencia laboral en el mundo de la acumulación. Buscaré esas heridas o grietas en lo que son, lo que no se sabía y se presentía en ellos. Quizás en vano hasta que llegue el vino, la renta sustentable de las inútiles presentaciones de libros.


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Una profesora que, podría decirse, fue una belleza bastante evidente aún vive sus cincuenta y pico con altivez. La veo comiendo delicadamente una ensalada de frutas afuera del bar, con una camisa blanca sin mangas y pantalones ajustados de rayitas blancas y negras muy finas. Ahora prendió un cigarrillo y sonríe a una altísima egresada que une su pelo castaño y largo a la mesa de la simpática fumadora. 


El tumulto es grande hoy. Parece que el mundo hubiese hecho nacer multitudes. Brillan en la cara maquillada de la amiga profesora sus ojos claros bajo unas cejas negras bien trazadas. Me miró un instante. ¿Tendrá todavía prendido el radar de saber cuándo la miran como una simple apariencia? Habla todo el tiempo. Casi raro fue verla un rato en silencio, pensándose. No creo que sus ideas sobrepasen la discusión de lo que comunican los canales de la actualidad. ¿Tendrá poemas guardados de la infancia? ¿Tendrá alguna preocupación que no sea política o amorosa? Hace años que no la miro bien, aunque hace un cuarto de siglo que la conozco. Si no escribo, no veo nada.


Notas extraídas de Facebook
Imagen: Obra de Carlos Alonso en www.arnoldogualino.blogspot.com

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