Música
Corté su azul como un hilo de encanto,
como un racimo que ya no prospera.
Como un cauce donde tal vez había
el cristal que el agua alumbra de la nada.
Corté su escaso cielo por lo sano,
ya no más la suavidad del escondite,
música donde bebía mi silencio.
Suele pasar con retoños tardíos
que brotan, indefensos,
de la rama quebrada.
Viaje
Ha traído un baúl lleno de historia en pena
y está en la galería posado su silencio.
A su lado es el hombre el que viaja y no llega
desde su origen al puerto inesperado.
Madera descubierta con metal afligido,
el baúl guarda en celo su búsqueda viajante.
El hombre está parado a orillas de este cielo
que ajeno se desborda de estrellas ignoradas.
El baúl toca tierra de rincones esquivos,
él se pliega en el hondo recelar de sus años.
Las aves migratorias siempre son extranjeras;
nunca se vuelve al cielo que una vez se ha dejado.
La que huye
Tengo que hablar seriamente con la liebre.
No sé por qué me busca con un rabo de sombra,
la he visto complacerse en la hierba,
alumbrar su pelaje en escondites.
La he visto con sus largas alertas
detenerse y mirarme,
como quien esgrime una pregunta
y después esfumarse en hebras de desierto.
Tiene que haber un modo
de entender su mirada,
con razonable pausa alcanzar su carrera.
Llevo siglos en esto, ya no aparto la alfalfa,
me tomo este sosiego
de esperar que algo cambie
en un claro del mundo.
María Cristina Ramos (1952, San Rafael, Mendoza, Argentina)
De: "En un claro del mundo", Editorial Ruedamares, 2012
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