Dolors Alberola


Biblioteca







Mirabas los estantes.

Te preguntabas siempre cuántos sueños

habrían sucedido dentro de los volúmenes

que, ajados, eran polvo. Cuántas manos creyendo

en la perduración terrible del amor, en la durable

extensión de las cosas,

en el enigma seco de la piedra.




No sabías a qué aquellas bibliotecas transitorias,

pero no de palabras, no de lomos,

no de aquellas cubiertas

ni de las rosas grana que dormían adentro

de los más anticuados, de aquellos preferidos

que creías eternos, de los que iban firmados

por Homero, Kavafis, por Platón, Aristóteles

y tantos, tantos nombres.

Pero no de esos otros diminutos

que también iban llenos de poemas, de vida.




Del cementerio aquel de los extraños dioses

preguntabas, de sus blancos estantes, de las simas,

de los mármoles blancos al pie de las iglesias,

de las cavernas, mares, las cenizas,

ya por siempre sin nombre.

De todos estos libros de los que uno también

viene formando parte.




Allí, te preguntabas.

No podías contar esos malditos

ejemplares durmientes, sin lomo, sin espaldas,

sin manos, ya sin ojos,

sin la escritura lenta de la voz,

sin el gramaje cierto del deseo,

sin su caligrafía. Nada,

sólo el polvo que,


ileso, venía a perpetuarse

y no era ese polvo del hombre en sus escorias,

no era el polvo inaudito del hombre en su miseria,

no era el polvo volátil de una urna que se abre

en un, perdido ya, columbario. No era

esa ceniza amarga de Cartago,

ni ese viento encarnado de un volcán,

de cualquier fechoría

que sucede en las tintas naturales,

en cimas naturales, en historias normales

donde se apilan libros, sólo para leerlos

los inmortales dioses que duermen en columnas.




Te preguntabas, sabes, amor, te preguntabas

y solamente había estantes en tu vida,

solamente los nichos cercanos a tu sombra,

solamente los nombres que iban apareándose,

multiplicando nombres, dando así

nuevo pasto a la historia, solamente las sílabas,

los terribles sonidos de las hojas,

llegado el colofón,


aquellas citas

donde yo te decía: espero que tu amor;

donde tú me dijeras: será así;

donde otros pudieran desdecirse.

Todas aquellas citas que se iban borrando

y sólo había nada, los estantes vacíos,

el polvo a toda vela, la penuria del hombre,

los dioses alargando por fin esos tentáculos

y tomando de aquí, de allá, de todas partes,

las mujeres amadas, los niños inconexos,

las virtudes más altas de quien fuera

que soñara un instante.




Ante tu mano, ahora, el tomo en que Virgilio

bajara a los infiernos,

los ojos de Beatriz aferrándose a Dante,

esos eternos círculos en donde

nuestras manos tenían ya un futuro.

Para qué tantas páginas,

para qué tantas cifras,

para qué tantos vientres

encuadernando vientres,

para qué tantos ríos,

aportando más ríos y secándose,

para qué tanto


mapa, tantas casas alzándose

en tomos de arquitectos como Le Corbusier,

Bramante, Barragán,

para qué tanto luto,

una luna de luto iluminando todo,

un resplandor de luto forjándonos la noche,

un misterio de luto tapándonos los ojos,

un lupanar de luto encendiéndolo todo.




Para qué aprendimos a leer desde siempre

esas nomenclaturas infinitas

que luego son finitas,

los mapas de los cielos,

el desfile desnudo de Orión,

la vía láctea,

la lista interminable de los godos,

todas aquellas sumas restándonos los años,

las restas, cada una, señalando la carne.

Para qué en los estantes tantos muertos.




Para qué en la memoria tantos dioses, amor,

mientras la mano sola se desliza

hacia la sombra abierta

de un mármol de Carrara.








El lienzo






Dicen que Salvador Dalí

se ha movido en el lienzo. Ha dado un paso

desde ese lateral que ocupaba en la arena

donde, bajo la sombra del mar, se duerme el perro.

El mar le devoró el color,

dejándole los ojos manchados de paisajes

que, incoloros, contempla desde un lugar absurdo.

¿Es un niño el que mira, una niña que nunca

pudo llevar vestido

y rueda con la rueda, o ese aro

que se pudre en la imagen? Pero, vivo,

ha dado un paso aún en la memoria.

Dicen que es Cadaqués

y sus tardes de viento y borrachera,

que es un tiempo futuro de marinas

el que tira del niño, conminándolo

-delgado como el aire- a caminar huyendo

de la sombra del mar, donde, si levantamos

la piel de tanta muerte, descansaría el perro.

El niño retrocede. Ya lo han visto turistas,

pintores que, avisados, se acercan a la sala

por ver esa impresión

que deja la figura al arrastrar

los diminutos pies contra la arena.

Pasan los coloridos turistas y contemplan.

Se oye una voz:

-Circulen.

Son miles los que vienen a ver a Salvador

renaciendo en el cuadro. Hace tres días

que dio el primer paso.

No se paren. Circulen, no hay volumen

para toda la cola que sigue hasta la calle.

Lo curioso del lienzo, señores,

miren donde señalo,

es la cola delgada de cometa

que deja al palpitar esa figura.

Estamos estudiando este fenómeno

similar a la sangre

que brota de los ojos de las vírgenes

o a las caras de Bélmez. No se agolpen...

Dicen que existen huellas en la tela,

que la playa presenta unos descensos,

que el lienzo ha variado y es posible

 que todo comenzara cuando, al niño,

se le cayera, ingrave,

el último juguete o, en los ojos,

se agolpara la sombra y no encontrara

otro camino abierto de regreso.








DOLORS ALBEROLA nació en Sueca (Valencia), el 14 de enero de 1952. Cursa estudios de Medicina, que abandona para obtener el título de Procurador de los Tribunales, siendo la primera mujer de aquella Comunidad que ejerció dicha profesión. Desde finales de los setenta reside en Andalucía, donde ha trabajado como periodista. Vive actualmente en Jerez de la Frontera, dedicada de lleno a la literatura.



Entre los numerosos premios con que ha sido reconocida su obra destacan los siguientes: Carmen Conde (1998), Premio Internacional Ciudad de Miranda (2000), Premio Bahía de Algeciras (2002), Premio Villa de Peligros (2002), Premio de Poesía Vila de Martorell (2003), Premio Cálamo de Poesía Erótica (2003), Premio Victoria Kent (2005), Premio José Luis Núñez (2005), Premio de Poesía Ernestina de Champourcin (2005), Premio Ciudad de San Fernando (2005), Premio María Luisa Sierra (2005), Premio Ciudad de Torrejón (2007), Premio de Poesía Pastora Marcela (2007), Premio Internacional de Poesía Alonso de Ercilla (2008) y Premio de Poesía César Simón (2012). En dos ocasiones (2000 y 2007) ha sido finalista del Premio Andaluz de la Crítica y en una del Premio de la Crítica Valenciana (2000).



Ha publicado los siguientes libros de poesía: Trizas (Sueca, 1982); La quejumbrosa vida de John Stemberg (Puerto de Santa María, El Ermitaño, 1997); Cementerio de Nadas (Madrid, Torremozas, 1998), premio Carmen Conde; El medidor de cosas (Ayuntamiento de Miranda de Ebro, 1999, 1ª ed. y 2000, 2ª ed.), premio internacional Ciudad de Miranda y finalista del Premio Andaluz de la Crítica; Historias de snack bar (Jerez de la Frontera, EJE, 2000), finalista del Premio de la Crítica Valenciana; Ire(né) Lanuit (Valladolid, Editorial El gato gris, 2000); Conversaciones con Uriel, el pacificador de cosas (Cádiz, Excma. Diputación Provincial, 2001); Una nena que porta al cap un ganivet (Córdoba, Aristas de Cobre, 2001); El vagabundo de la calle Algarve (Algeciras, Fundación José Luis Cano), premio Bahía 2002;  Apocalipsis Sur (Granada, Excma. Diputación Provincial, 2003), premio Villa de Peligros 2002; El último tren (Chiclana, Fundación Vipren, 2003). Cementerio de arena (Cuadernos de Orpheu, Brasil, 2003), El monte trémulo (premio Vila de Martorell, 2003), Decomo (premio Cálamo de poesía erótica, 2003), en colaboración con Domingo F. Faílde, Esa mujer de Lot (Els Plecs d’Alfons el Magnànim, 2004); Juego de Damas (Sevilla, Instituto Andaluz de la Mujer, 2004); Ciudad contra la lluvia (premio Victoria Kent, 2005); Acaso más allá (premio José Luis Núñez, Sevilla, 2006); El don del unicornio (premio Ernestina de Champourcín, Álava, 2006): El libro negro (Madrid, Huerga & Fierro, 2006), premio Ciudad de San Fernando; Ángel oblicuo (premio María Luísa Sierra, Bornos, 2006),  Arte de perros (Jerez, EH, 2006),  El ojo y el tiempo (Madrid, Vitruvio, 2007), De donde son las voces (2008), Del lugar de las piedras (2009), Sobre la oscuridad (2011), Todos los trenes mueren en línea recta (2012) y La escopeta de Lily Mae (2012). Una amplia selección de su obra figura en De piedra y sombra. Antología poética (1982-2006). Barcelona, Atenas, 2006.



Traducida al gallego, catalán, portugués, francés, italiano, árabe, serbio y ruso, su obra ha sido recogida en diversas antologías: La palabra debida (Sevilla, Instituto Andaluz de la Mujer, 2000); Mujeres de carne y verso, antología poética femenina en lengua española del siglo XX, sel. de Manuel Francisco Reina (Madrid, Esfera Literaria, 2001); Poetisas españolas, antología general, de Luzmaría Jiménez Faro, tomo IV: de 1976 a 2001 (Madrid, Torremozas, 2002); Ilimitada voz, Antología de Poetas Españolas (1940-2002), sel. y estudio de José Mª. Balcells (Cádiz, UCA, 2003); Reinas de Tairfa. Poesía Femenina Gaditana (1982-2002), sel. y estudio de Manuel Moya (Fundación Caja Rural del Sur, Huelva, 2004) y El placer de la escritura o nuevo retablo de maese Pedro (Cádiz, UCA, 2005) ); El poder del cuerpo. Antología de poesía femenina contemporánea, de Meri Torras (Madrid, Castalia, 2009) y Trato preferente. Voces esenciales de la poesía actual en español, de Balbina Prior (Madrid, SIAL, 2010). Ha colaborado en la prensa literaria, revistas especializadas y numerosas publicaciones colectivas.


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