La inmersión nos refleja tal cual somos
al hombre de flecha de imán
húmedo
Debajo de ti y yo, tú y yo, sinceramente,
tu candado ahogándose de llaves,
yo ascendiendo y sudando y haciendo lo infinito entre tus muslos.
César Vallejo
cada vez que vuelvo a ese cubo de luz en donde flotan
sus ojos submarinos
cada vez que intentosus ojos submarinos
devolverme a tu traje de acuanauta y a tu músculo ceñido
y que regresan las tardes de intrépidas tormentasy mi entonces pequeño cuerpo atiborrado de cables
telefónicos en una estéril cabina de un pueblo del sur
cada vez que reanudo la muerte de la amigael raso púrpura que te endulzaba el semen derrochado
o cada vez que tu dedo interminable merodea esta silla
que ahora me deleita
cada vez que en posiciones extremas los ojos incautosde los vecinos se impregnan en el vidrio, en la maceta
cómplice
cada vez que me zambullo en la opulenta carne que aúnbebemos gota a gota en lo que se sueña
cada vez que en tu diáfana ingle de aguardiente me rozas la vida la urgencia las amarras
(era el tiempo imprevisto,el tiempo de la cadena que aún luzco en noches de
fiesta,
el incesante automóvil hacia el hotel que todavía nace
en el sur,
través de kilómetros de espera,
el tibio escozor de aquello que perdura aunque nosduela)
cada vez que trago lo que extraigo de tu densa pieldespués del mar
sé que alguien conspira contra el mundoy grita que no debo
sin embargo
yo me acerco a mi acuática mochila para olerte
como se huelen los búfalos antes de aparearse
como se huelen las camisas aún tibias de los muertos
como se huele el siempre fresco cadáver de la infancia
un pueblo en el Sur
Pista de baile (II)
Sótano infestado en tiempo que huye.
El hongo de la pena se pavonea entre sus sillas.
La pintura negra cae a borbotones.
Algo calienta nuestros cuerpos.
Tambor de metal que acapara el aire.
Cabellos empapados y una gota de sudor que él recoge
tenazmente.
Algo se arropa bajo nuestras blusas.
Bebemos el trajín, la polvareda.
Giramos en aletas invisibles y allí está ese hombre
otra vez.
Acá los sobrevivientes
-que aún hoy no tienen la certeza de haber vuelto-.Entonces cruje la tensa cuerina y nos sentamos a
contragolpe,
porque todo puede desvanecerse en este simulacro
y no sabemos hacia dónde o hacia cuándo.
El hombre sostiene mi corazón en una pinza
y lo silba
y lo acuna con sombras, con humos, con neblinas.
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