Paloma
Paloma,
dijo el primer poeta del mundo.
Paloma blanca,
dijo el segundo poeta del mundo.
Paloma blanca que sueña,
dijo el tercer poeta.
Paloma blanca que sueña un puma,
dijo el cuarto poeta.
Paloma blanca que sueña un puma azul,
dijo el quinto.
(De los cinco poetas,
sólo quiero ser como el primero).
dijo el segundo poeta del mundo.
Paloma blanca que sueña,
dijo el tercer poeta.
Paloma blanca que sueña un puma,
dijo el cuarto poeta.
Paloma blanca que sueña un puma azul,
dijo el quinto.
(De los cinco poetas,
sólo quiero ser como el primero).
Una mujer
Una mujer
sin arpa y sin abrazos,
amazona frutal y demasiada,
una mujer como Iratxe sin Iratxe.
A esa mujer le cambiaría cada tarde
los gladiolos y jazmines de su cuarto
y nunca le pondría veneno en su tetera.
Le contaría mis grandes mentiras enormes
con un pomelo prendido en el pecho,
y cada poco le haría un poema de amor
dejando a sabiendas algunos errores.
Con esa mujer bebería vino y cerveza
hasta agotar las fuentes y las barricas
y ponernos rojas las puntas de las narices,
y hasta le enseñaría a asustarse de los cisnes.
La besaría muy fuerte sin acabarme de saliva
y le mostraría la doble torre de mi tristeza
(aquí me duele aita, aquí me duele Iratxe)
a grandes carcajadas, mientras le explico
los rodeos de las moscas sobre las bombillas.
Con esa mujer saldría a la calle pintado de novio
y vestido con hojas de parra transparentes,
y hablaría con ella con la misma seriedad
de las monjas cuando hablan en camisones.
Pero que sea sin arpa y sin abrazos,
amazona frutal y demasiada.
Que sea como Iratxe sin Iratxe.
sin arpa y sin abrazos,
amazona frutal y demasiada,
una mujer como Iratxe sin Iratxe.
A esa mujer le cambiaría cada tarde
los gladiolos y jazmines de su cuarto
y nunca le pondría veneno en su tetera.
Le contaría mis grandes mentiras enormes
con un pomelo prendido en el pecho,
y cada poco le haría un poema de amor
dejando a sabiendas algunos errores.
Con esa mujer bebería vino y cerveza
hasta agotar las fuentes y las barricas
y ponernos rojas las puntas de las narices,
y hasta le enseñaría a asustarse de los cisnes.
La besaría muy fuerte sin acabarme de saliva
y le mostraría la doble torre de mi tristeza
(aquí me duele aita, aquí me duele Iratxe)
a grandes carcajadas, mientras le explico
los rodeos de las moscas sobre las bombillas.
Con esa mujer saldría a la calle pintado de novio
y vestido con hojas de parra transparentes,
y hablaría con ella con la misma seriedad
de las monjas cuando hablan en camisones.
Pero que sea sin arpa y sin abrazos,
amazona frutal y demasiada.
Que sea como Iratxe sin Iratxe.
Poesía o cero
Yo el dormido. Navegando sin ojos
en el bote de las luxaciones. Treinta años,
tantos huesos y cuánto humo.
Cuánto amor
en falso, cuánto estuario baldío,
cuántos bueyes, cuánto sinpájaro.
Tenía que. Me vine a Madrid a
probarme la ciudad. Buscando a mi padre
en destierra firme. Para frotarme contra
la muerte. Para morder a la poesía.
La poesía.
Poesía o nada
(hace un tiempo espléndido para otra Bastilla)
Poesía o nadie
(estamos en vísperas de las manzanas)
Poesía o cero.
Prefiero Natalia a la revolución
La prefiero a la defensa de la infancia, al cuidado del ozono.
La prefiero al final de las fronteras.
La prefiero a la Amazonia.
Más que alejar el hambre y la tormenta, el volcán y el terremoto.
Más que ahuyentar la crisis.
Más que parar la guerra.
Antes que salvar al tigre y al leopardo.
Antes que proteger al inmigrante.
Antes que el feminismo y la filantropía.
Por encima de la paz en Jerusalén.
Por encima de la paz en Kabul. De la paz en Trípoli.
Por encima de curar el cáncer o atajar el sida.
Mejor que el rescate de Grecia, la salvación de África, la sanidad, la lectura.
Mejor que la ayuda a Haití. Que la ayuda a Somalia.
Mejor que parar el racismo, la ignorancia, la policía.
Prefiero Natalia a los derechos humanos.
Prefiero Natalia a las libertades.
Prefiero Natalia a la democracia.
Prefiero Natalia a la concordia.
Prefiero Natalia a la justicia.
Prefiero Natalia a la revolución.
II.
Iratxe y solo
Si fuera cierto
que el hombre que ataca el azul
y se lanza hacia las tablas rotas del no se sabe
será preso y mandrágora y castigado de octubres;
si fuera cierto
que el desafiador de los mandamientos ancestrales
caerá en la noche increpadora de las sonrisas sajadas,
derrotado por el cáliz culpable del no porvenir;
si fuera cierto
que el hombre debe esperar y mantener y doblegarse
y ser manso y fabiano y Vergniaud,
¡ah, Batania!,
tú deberías ser el más triste
de los que arrastran sus pies de lombriz por la Tierra;
tú deberías retorcerte amordazado de pies y pestañas
para no escuchar los alaridos de tu cueva de ratones,
tú deberías llorar como llora el niño
cuando se le rompe la punta del lápiz
en su libro de astronauta;
tú deberías sufrir
y no ser ese hombre que camina ahora
por la Avenida Ciudad de Barcelona,
con cara de puñal y tres naranjas
sin peladura,
ese hombre que sabe
que hoy es 11 de junio de 2008
y ellos son un día más viejos
(y más viejos,
y más viejos),
que son las siete de la tarde
y eres un día más fuerte
(y más fuerte,
y más fuerte),
que no hay miedo ni nunca
porque tú estás Iratxe
y firme, Iratxe
y solo,
Iratxe y resuelto a seguir
tu camino libre,
errado
y sordo
ante el futuro.
III.
La media hora del marmolista
Ten cuidado, amigo,
te digo ten cuidado,
que no se te escape el ojo a la altura
del labio, que no te ajen
en surcos de ocho horas, ten cuidado
amigo, ten cuidado.
El pan se puso duro el otro siglo,
y aquí nadie confiesa
que fuimos derrotados.
Ten cuidado con ese apartamento.
Ten cuidado con esa hipoteca.
Cuidado con los hijos.
Ten cuidado.
Te hacen la vida otros.
Te dan felicidades de juguete.
Te pasan su película tan rápido,
no sé si me explico, tan rápido...
Apenas te das cuenta,
de ti no queda nada
sino la media hora de trabajo
que en la tumba invirtió el marmolista.
En el cine de tu niñez pusieron un Zara
En el cine de tu niñez pusieron un Zara.
Cambió el bar de Javi por un nuevo Starbucks.
Llegó el mes de junio y dejaste el partido.
Quitaron de pronto El pájaro loco.
Y en el ateneo citaban a César Vallejo
gracias al patronazgo de Telefónica.
Te pasa que odias las flores de plástico.
¿Recuerdas los seiscientos de canela
y de huevo, aquellos renaules de corte
y cuchillo, aquellos citroen con gafas,
recuerdas a Dallas, a Ángela Channing,
a Curro Jiménez, a El hombre y la tierra?
Con cuánto oro te hablaban tus padres
del día de mañana. Y el mañana era sólo
esta manera sorda de morder ceniza.
Quisiste volver sobre tus pasos pero no:
en la tele ya no echan El pájaro loco,
en el cine de tu niñez pusieron un Zara
Cada vez tardamos más en llegar a la cama
.
Qué se puede hacer con una chica entre blanca y amarillo
que cursa en primero de rebeldes y en quinto de filología,
una mujer como un ramo de apio o como un cóleo sin maceta,
más bella que un triciclo silvestre o un orfeón de romeros,
que piensa a puño que Shakespeare no alcanza a Hemingway
y Cortázar aventaja a Stendhal por más de tres submarinos,
qué se puede hacer con esa chica si luce quince años menos
y te saca cinco centímetros de risa y altura, y desde tan arriba
te ataca y dice fuego a Tolstoi, abajo Hugo, cieno a Balzac,
fuera Propercio, vinagre a Dickens y cinabrio para Catulo,
qué se puede hacer salvo amarla, salvo apretar tu corazón prieto
sobre su corazón prieto, salvo besarla sin camisa ni pantalones
y olvidar sus calaveras de furia, gloriosa niña que te amo tanto
pero te crees la petunia de la muerte, vamos a ver, sarampiona,
en qué planeta es mejor tu Salinger que mi Lope de Vega,
dios mío, qué tontería, es que no puedo dejar de contestarte,
por tu puta culpa cada vez tardamos más en llegar a la cama.
El búfalo
.
Si es cierto que el búfalo
puede seguir corriendo
durante un leve instante
con la bala metida
dentro de la cabeza,
yo deseo ser búfalo:
seguir soñando
con la bala a cuestas,
probar futuros
hasta la última milésima.
puede seguir corriendo
durante un leve instante
con la bala metida
dentro de la cabeza,
yo deseo ser búfalo:
seguir soñando
con la bala a cuestas,
probar futuros
hasta la última milésima.
El Jardín Botánico
Entre el gris de los geranios y un trébol de jilgueros,
en la línea recta que va de Lauros a Basauri,
bajo robles y encinas, perales y manzanos
que no siempre están en flor,
allí me enamoré de Iratxe y su boca sin calendario.
Todo fue así, tal como digo,
pero, al ser yo un proyecto de poeta,
quise demostrar en verso
la amplitud de mis sentimientos,
y leídas en las grandes páginas de la poesía universal
las palabras excelsas que se deben escribir,
pronto me olvidé de esos nombres,
pues me parecían
demasiado simples,
demasiado pobres,
demasiado claros,
y halladas en los libros las palabras
(nunca sabidas hasta entonces)
de rododendro, meliloto y aladierno,
los pájaros
(nunca vistos por mí)
como la oropéndola o el aguanieves,
lugares
(a los que nunca he ido)
como Tracia, Arcadia y Antioquía,
nombres de mujer
(ya olvidados)
como Tisbe, Perséfone o Deyanira,
elegí éstos para referirme a aquéllos,
y en lugar de escribir, por ejemplo,
Iratxe camina entre los ciruelos de Lauros...
escribía esto:
Deyanira vaga entre los rododendros de Antioquía...,
sin saber qué mujer pudiera ser Deyanira
(nunca conocí ninguna)
qué árbol sea un rododendro
(pero es tan bella, la palabra)
qué lugar Antioquía
(sonoro, refulgente, señero).
Pero un día,
paseando por El Prado,
me dio por entrar
en el Jardín Botánico,
y cuando vi lo que realmente era
un aladierno,
lo que realmente era
un rododendro,
lo que realmente era
un meliloto,
me quedé muy confundido:
no, la realidad no confirmaba
la belleza de sus nombres.
Desde entonces ya no quiero Deyaniras
sino Iratxes.
No quiero oropéndolas
sino jilgueros.
No quiero rododendros
sino los manzanos de Lauros,
aunque no siempre estén en flor.
en la línea recta que va de Lauros a Basauri,
bajo robles y encinas, perales y manzanos
que no siempre están en flor,
allí me enamoré de Iratxe y su boca sin calendario.
Todo fue así, tal como digo,
pero, al ser yo un proyecto de poeta,
quise demostrar en verso
la amplitud de mis sentimientos,
y leídas en las grandes páginas de la poesía universal
las palabras excelsas que se deben escribir,
pronto me olvidé de esos nombres,
pues me parecían
demasiado simples,
demasiado pobres,
demasiado claros,
y halladas en los libros las palabras
(nunca sabidas hasta entonces)
de rododendro, meliloto y aladierno,
los pájaros
(nunca vistos por mí)
como la oropéndola o el aguanieves,
lugares
(a los que nunca he ido)
como Tracia, Arcadia y Antioquía,
nombres de mujer
(ya olvidados)
como Tisbe, Perséfone o Deyanira,
elegí éstos para referirme a aquéllos,
y en lugar de escribir, por ejemplo,
Iratxe camina entre los ciruelos de Lauros...
escribía esto:
Deyanira vaga entre los rododendros de Antioquía...,
sin saber qué mujer pudiera ser Deyanira
(nunca conocí ninguna)
qué árbol sea un rododendro
(pero es tan bella, la palabra)
qué lugar Antioquía
(sonoro, refulgente, señero).
Pero un día,
paseando por El Prado,
me dio por entrar
en el Jardín Botánico,
y cuando vi lo que realmente era
un aladierno,
lo que realmente era
un rododendro,
lo que realmente era
un meliloto,
me quedé muy confundido:
no, la realidad no confirmaba
la belleza de sus nombres.
Desde entonces ya no quiero Deyaniras
sino Iratxes.
No quiero oropéndolas
sino jilgueros.
No quiero rododendros
sino los manzanos de Lauros,
aunque no siempre estén en flor.
El espectador
En los
documentales de fauna salvaje
hay un espectador
que siempre se pone de parte del ciervo:
se le reconoce
por su cuerpo ligeramente inclinado hacia atrás
y la manera de rodear las palomitas
como si abrazara a un niño sin años.
Otro espectador, en cambio,
quiere que gane el león:
se le distingue
porque mira a la pantalla
con el cuerpo combado hacia adelante,
y jalea tanto a su fiera
que a veces él mismo parece el león.
Hay un tercer espectador,
sin embargo,
que no se pone a favor de nadie
y contempla lejano las imágenes.
Alternativamente mira al león y al ciervo,
a la pantalla y a los espectadores,
y piensa
que el ciervo fue cazado por el león,
que a su vez fue cazado por el visor de un cámara,
que a su vez fue cazado por el dinero de la BBC,
que a su vez fue cazada por los espectadores,
que a su vez volverán a ser cazados
cuando aparezca otro ciervo
y comience el mismo círculo.
Con triste orgullo
celebra su agudeza
y el triunfo de ser el único
que no se dejó cazar.
Pero al llegar a la cama
y quitarse las gafas,
vuelve a sentir el mismo
vacío:
tantos estudios, tantas lecturas,
lo han arrasado de inteligencia.
Por qué, se pregunta
mientras apaga la luz,
por qué ya no puedo ser
ciervo,
león,
cámara
o espectador.
BATANIA (Alberto Basterrechea, 1974, Lauros, Vizcaya, España)
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