Haciendo trolling con el señuelo 20 pies detrás del bote
bajo la luz de la luna, ¡cuando el enorme salmón picó!
Y salió entero afuera del agua. Pareció pararse
sobre su cola. Después volvió a caer y se fue.
Temblando, seguí hasta el puerto como si nada
hubiera pasado. Pero había pasado.
Y pasó tal cual lo acabo de contar.
Me llevé el recuerdo a Nueva York
y más allá. Me lo llevé donde quiera que fui.
Todo el camino hasta aquí, hasta la terraza
del Jockey Club de Rosario, Argentina.
Desde donde miro el ancho río
que devuelve la luz de las abiertas ventanas
del comedor. Me quedo fumando un cigarro,
escuchando el murmullo de los socios
y sus mujeres adentro, el leve sonido
metálico de los cubiertos contra los platos.
Estoy vivo y bien, ni feliz ni infeliz,
aquí en el Hemisferio Sur. Por eso me deja
más perplejo que nunca
el recuerdo de ese pez perdido, alzándose,
dejando el agua y volviendo a ella.
El sentimiento de pérdida que me asaltó entonces
me asalta todavía. ¿Cómo transmitir algo de lo que siento
sobre este asunto? Adentro siguen
conversando en su propia lengua. Decido caminar
por la orilla. Es la clase de noche
que hace que hombres y ríos estén más cerca.
Camino un trecho, después me detengo. Advirtiendo
que no he estado cerca. No
durante muchísimo tiempo. Ha sido
esta espera la que ha venido conmigo
a todas partes. Pero ahora crece la esperanza
de que algo se levante y salpique.
Quiero oírlo, y seguir adelante.
Enlaces: Raymond Carver
Traducción: Mirta Rosenberg
Imagen: triunfo-arciniegas.blogspot.com
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