Tedi López Mills

Tedi López Mills


Nieve



Lo más extraño de la nieve
es no haberla visto
pero convocarla
como un hábito del asombro
o una condición de ciertas palabras.
La nieve solícita de Lezama,

por ejemplo,
su nieve perpleja en el trigo,
su festón enhebrado de nieve,
su pulpa cortesana,
sus insectos ciegos
a pique por el flanco frío,
sus nieves declamadas,
sus nieves invitadas,
sus nieves que escrutan
gamos en el bosque
y hojas cubiertas
por la escarcha de una luz
tan tenue como la fábula
del invierno fijo en las palmeras
que se deshace
con el primer golpe de sol,
su rastro de arena,
y la brisa canicular pintada de verde.

¿Qué es esa nieve

retenida por sus paradojas?
¿La nieve de alguien,
íntima e intransmisible,
o la nieve del mundo?
Una analogía redundante:
si el mármol es parásito de la nieve
—no a la inversa—
la cercanía blanca es tan absoluta
que entonces se anula.
Y no hay conocimiento.
Pero con otros colores,
con otros hechos
el símil puede tener
la consistencia de un acto.
Nunca he visto el muérdago,
su amarilla natividad,
sus bayas pálidas en el roble,
su forma suelta y sin corona.
Sé que hay umbrales precisos
donde impone la costumbre de un beso
o épocas en medio del verano
próximas a la sequía
en que arde en una fogata
por sacrificio o por memoria.
Según los druidas
(que para mí son como la nieve)
el muérdago lo cura todo,
es sabio e inmortal.
Lo mismo podría decirse
de cualquier cosa que se desconoce:
el tojo en el mediodía
de un monte quemado,
el baobab en la tórrida llanura
o los tisanuros en un hoyo
distante del viento.

La nieve a veces no tiene linderos,
redime castas, fechas, días,
hace ritos en la tierra
que invierten el orden
de lo que buscan los ojos.
Entonces las quimeras
ya no se miran
tras la reja como antes.
Y así ocurre de repente:
cuando descubrí la nieve verdadera,
la nieve sola,
ya no importaba.


TEDI LÓPEZ MILLS (Ciudad de México, México, 1959)
De: "Luz por aire y agua", 2002

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