Arturo Carrera: La infinita paciencia

Poeta Arturo Carrera con la mano en el rostro

Dioses impares   




Fermín (14) y yo (41); 
varones de la casa este verano. 
 
"creía que todas las cosas del universo eran, 
inevitablemente, padres o hijos." 
 
"creía -dijo Daniel sonriendo-, que siendo 
padres no se podía ser marginal..." 
 
"Pero he aquí que mi dolor de hoy 
no es padre ni es hijo". 
 
Ahora imagino que duermen 
y no duermo; que hablo 
y no hablás. 
 
Son hilillos de luz,
inciertas discusiones.

Y una pasión cuya dimensión sobresalta
a la humilde extrañeza de pertenecer
a otro universo la costumbre:

cada uno atiende de su gen
el fuego altanero,
tan remoto y tan visible cada él.

La culpa cierta de un don
que nos empuja a rozar sobre la tierra
el aire, los utensilios, el fuego,

y los gestos que ahora son de lenguaje;

no repetidos más sino en la altísima ilusión
cuya elegancia aparta leyes conocidas del deseo.

Une en la aceptación de un duelo infinito.
Une en la adopción de silencios desconocidos;

delata en el murmullo del dolor unos juguetes
(del sexo)
que se distribuyen y nunca se alejan,
que son indiferentes en pasión,
sonidos de aparente función y algarabía
como en los grillos más oro cobrizo
en el silencio de una siesta.

Cómplices del crimen de hablar en impulsos
de nada todo de nosotros vuelve:

la infinita paciencia,
la infinita dulzura,
la infinita soledad.

La inteligencia,
como una risa de la especie,

y un acto odioso
es cortado como mazapán en la penumbra
diariamente
sobre la mesa.

Eso es posible.
Hay todavía luz.

Cada sensación pensada
se nos vuelve en seguida irresistiblemente
servil.

¿Los dos nos regocijamos
con las apariencias ordinarias?


De: "La banda oscura de Alejandro", Bajo la luna nueva, 1994
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Imagen en La Nación

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