En realidad ya estoy acostumbrado:
Antes era peor: perspectivas de viaje que siempre se truncaban (y a los niños
el dejà vu del susto y un punzante
sentimiento de culpa:
no he sabido cuidar de mi familia.
Luego uno aprende a relativizar
o por pagar facturas,
mis hijos nunca traen malas notas,
mi mujer no me engaña: se sienta y cierra el pico.
Somos una familia peculiar: el señor Ave Fénix y señora
Tan ciegos, tan tenaces
en el error. Tan tontos.
Ya lo sé: damos risa.
Tengo este sueño: pego un volantazo
esquivo a un ingeniero y salimos a escape
carretera adelante, hacia auroras blanquísimas, el cielo de los dummies.
Y al despertar os odio. ¡Dios mío, cómo os odio!
Óyeme tú, viajero, que recorres triunfante la autopista
el canto eterno de la radio-fórmula.
Acuérdate de mí cuando, muerto de miedo,
levantes la cabeza llena de sangre y grites:
“¡Santo Dios, no lo he visto!
¿Estáis bien?”.
Y el silencio.
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