Gabriel Chávez Casazola | El poeta ocasional

Gabriel Chávez Casazola

Gabriel Chávez Casazola


De su estancia



De su estancia en vaya a saberse cuáles ciudades de la confusión

conservaba,
apenas a salvo de la humedad y el calor propio a esa hacienda
estacada en el centro del verano,

unas cuantas revistas que en el cuarto de baño daban cuenta
de un pasado mejor, de unos años
de bullente actividad intelectual,
de grupos activistas, de talleres de cuento, de seminarios
lacanianos,
de círculos de discusión de la Escuela de Frankfurt
y otros misterios reservados para los iniciados en
el buen sexo y los porros de aquella época y de aquellas ciudades de la
confusión
en las que esa mujer altiva y lúcida aprendió a preparar un par
de buenos platos
             —por ejemplo, pollo al mole—
que hoy junto a las revistas son todo el patrimonio que perdura
de aquellos años dorados, esplendentes,
en que todos querían cambiar el mundo a fuerza
de bullente actividad intelectual y porros y Gramsci y hasta de Louis Althusser,
hasta que Louis Althusser estranguló a su mujer e ingresó al manicomio
y murió babeando su impotencia y su ira en un camino
lodoso, del color del mole del pollo al mole,
botando sangre como rojos un cuadro de Frida Kahlo,
ese lugar común ahora, por entonces aún un descubrimiento
en una de las tapas de aquellas revistas estacadas
en medio del baño de aquella hacienda,
estacada a su vez
en el centro de esa mujer altiva y lúcida, tan digna
en su derrota
como la golondrina de Wilde cuando decía
despreciar el verano.



Mobilis in mobile



Fatigado del ligero resplandor de las piscinas
en copas colmadas de zumos de estación;
del profundo esplendor de los lagos de la noche en los ojos de mujeres
interesantes y
lo suficientemente locas;
del vaivén de los ríos salvajes a bordo de maravillosos barcos
ebrios;
del arrullo del mar en monstruosos cruceros blancos cuyos salones derrochan
lámparas y cristales
que vistos de improviso en la madrugada nos musitan
cuán vanos son nuestros reflejos y la realidad, así llamada,
con la que fingíamos bailar un inacabable minuet;
he venido a dar con mis huesos a esta isla
—pequeña porción de cordura en medio del trópico delirante—
y desde ella pongo en duda todo lo conocido hasta ahora,
Náufrago como sigo siendo
y a la vez
Señor de estos reinos que a nadie más pertenecen
que a este conquistador y a las aguas que un verano
se llevarán la isla y mis huesos
hasta un río salvaje y de allí al vaivén del mar,
lejos ya por fortuna de los blancos cruceros y de las lámparas y de los
hombres de todos los colores,
mas por desdicha lejos de las mujeres interesantísimas, alocadas,
tanto o más deliciosas
que los frutos de estación.


Llanto por años 50




Yo solo estoy loco con el Nornoroeste;
cuando el viento viene del sur,
sé discernir un halcón de una garza
Hamlet


Este es un llanto por los años 50,
por el trajecito sastre de Eva Marie-Saint en Norte por Noroeste,
Rapid City,
por los letreros de neón como el que puso un lustro antes Bugsy
en el Flamingo
y por la increíble primera soledad de sus reverberos
en medio del desierto de Nevada o en el aeropuerto O’Hare de Chicago,
entonces tan provinciano como todas esas señoras felices
-por las que también lloro-
que abordaban Pan Am
con la felicidad color pastel de los años cincuenta
y todos esos caballeros
con sus pantalones grises y marrones
discrepando
del neón de colores.
The age of the innocence:
la inocencia de las fuentes de soda
con muchachas de 16 tomando ice creams y malteadas
y los muchachos en sus trasatlánticos de cuatro ruedas
más lo que ya se sabe que diré James Dean y similares
cuando los ángeles aún podían salvarlos de la bancarrota
pues llevaban bucles platinados y vestían
vaporosamente,
con unos vuelos y unos plisados como para brillar en los trasatlánticos
de cuatro ruedas y bajo los neones de las fuentes de soda y en los autocines
sin morir en el intento,
con la misma inocencia de las barbacoas en los jardines traseros.
Derramo una lágrima en mi bourbon por esa belle epoque
tendida entre dos guerras
humo de algodón dulce
entre dos explosiones
cuando -gasas y popelinas de por medio-
ya venían incubándose las piedras
arrojadas a una casa de familia
el aullido
la sobredosis
la bala
el choque
la caída
que se llevarían a la inocencia por delante
con todo y fuentes de soda y vestidos vaporosos
mucho más allá del este del paraíso
             -este por suroeste.


La inocencia




fuera de sí

expulsada
aterida
y despierta,
las vergüenzas expuestas
sin su trajecito sastre
como hoy mismo se encuentra
increíblemente sola
bajo la sedienta luz de los neones.


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Fuente: La Raìz invertida
Imagen: latitudeslatinas.com

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