Fabricio Estrada


Fabricio Estrada



La danza de los papagayos.








Despertá de una buena vez,

los papagayos pueblan el techo

y el mundo gira perfecto en su rosca.

Un clic ha suplantado a la trompeta,

del cielo vienen cayendo

calcinados los dioses.



El gong de las doce

nos divide en blanco y negro,

oscuros e iluminados

menguantes y crecientes

somos testigos

acusadores, víctimas,

coreógrafos de una muerte ensayada día a día,

sedientos del aplauso

que precede al fracaso.







Inevitables







El temor a tus ojos

es justificable.

Ayer,

mientras fingía no verlos

una estrella murió de oscuridad,

el pájaro recibió la bala en su pecho,

todas las cosas fueron otras.

Injustificable insistencia de miradas,

hoy los vi camino a casa

bajando el autobús

subiendo al insomnio.

Hoy los vi,

multiplicándose en los rostros,

en las azoteas sembradas de lluvia,

en mi ropa,

en la noche

en cada luz fija

que iluminaba las calles.

Los vi permanentes

como una montaña inevitable,

los vi y los sigo viendo

bajo el agua

en las mesas

en el aire

en los árboles…

el temor a tus ojos es justificable.



Maldición,

siempre

me suceden

tus ojos.







Idas y Vueltas







Podría sucederme

el desencanto,

no sentir

el paso firme

del pavimento sobre los pies,

la terrible vergüenza

de un aristócrata desnudo

ante el público.

Ser

de una tierra, solamente,

de un lugar,

soledad desbordando

el pálido abismo de los periódicos.

Podría vagar de un lado a otro

tomado de las manos con la mujer

que ya podría amar.

Podría ocurrirme

el hijo,

el nieto en la traslación

de las almas;

la insistente lluvia

y el reclamo del tiempo,

el comenzar de nuevo



o la vida,

que al final de cuentas

se va convirtiendo en lo mismo.







Fabricio Estrada (1974, Sabanagrande, Francisco Morazán, Honduras)

Textos: Bitácora del párvulo, www.fabricioestrada.blogspot.com

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