La danza de los papagayos.
Despertá de una buena vez,
los papagayos pueblan el techo
y el mundo gira perfecto en su rosca.
Un clic ha suplantado a la trompeta,
del cielo vienen cayendo
calcinados los dioses.
El gong de las doce
nos divide en blanco y negro,
oscuros e iluminados
menguantes y crecientes
somos testigos
acusadores, víctimas,
coreógrafos de una muerte ensayada día a día,
sedientos del aplauso
que precede al fracaso.
Inevitables
El temor a tus ojos
es justificable.
Ayer,
mientras fingía no verlos
una estrella murió de oscuridad,
el pájaro recibió la bala en su pecho,
todas las cosas fueron otras.
Injustificable insistencia de miradas,
hoy los vi camino a casa
bajando el autobús
subiendo al insomnio.
Hoy los vi,
multiplicándose en los rostros,
en las azoteas sembradas de lluvia,
en mi ropa,
en la noche
en cada luz fija
que iluminaba las calles.
Los vi permanentes
como una montaña inevitable,
los vi y los sigo viendo
bajo el agua
en las mesas
en el aire
en los árboles…
el temor a tus ojos es justificable.
Maldición,
siempre
me suceden
tus ojos.
Idas y Vueltas
Podría sucederme
el desencanto,
no sentir
el paso firme
del pavimento sobre los pies,
la terrible vergüenza
de un aristócrata desnudo
ante el público.
Ser
de una tierra, solamente,
de un lugar,
soledad desbordando
el pálido abismo de los periódicos.
Podría vagar de un lado a otro
tomado de las manos con la mujer
que ya podría amar.
Podría ocurrirme
el hijo,
el nieto en la traslación
de las almas;
la insistente lluvia
y el reclamo del tiempo,
el comenzar de nuevo
o la vida,
que al final de cuentas
se va convirtiendo en lo mismo.
Fabricio Estrada (1974, Sabanagrande, Francisco Morazán, Honduras)
Textos: Bitácora del párvulo, www.fabricioestrada.blogspot.com
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