Así quieren algunos lugares sus cosas
El volantazo retoma por el costado del canal
que atraviesa la ciudad
para juntar agua de las lluvias
que desde hace años son mezquinas.
Todo está oscuro, pero.
Apenas algunos lados iluminados.
Hábilmente se han puesto los faroles altos
sobre la plaza, sobre el terreno con los ladrillos
huecos de la casa semi levantada
y sobre la canchita envuelta en una red venida a menos.
La luz separada de la oscuridad,
así quieren algunos lugares sus cosas.
De eso nomás me gusta cuando
algún cable generoso se la re bate a la noche con
500 watts. Que re calientan las jugadas de los pibes en el potrero
y los convierte a todos en messis, tevez o palermos.
Y dudo de que no sé si será a propósito
o sólo pasa.
Pero a cualquiera de las dos se le agradece
cuando el pedazo de tierra vive por esas luces
a puro lujo, como un estadio.
Y también se le da las muchas gracias
a los faroles anaranjados
que por ellos los bancos de las plazas se vuelven tarimas
para las pibas que bailan
la última del verano que dejarán morir
cuando llegué el invierno.
Salíamos por las noches con el Citröen
a pegar un par de vueltas.
Subíamos hasta el puerto.
Pasábamos por la fábrica.
Paraba el auto y nos decía que admiremos tanta belleza.
–Vean estas luces, están re buenas-.
El mechero enorme de la planta
le festejaba
el cumpleaños a toda la ciudad
que por más viento sur que sople
todavía no pudo
apagar la vela que al apagarse
le cumpla sus deseos.
Porque en los lugares con corazón de pueblo
también tenemos deseos.
El motor detenía la marcha y mirábamos altos las
lucecitas amontonadas
de caños y mangueras que respiraban el aire
que a nosotros todavía nos falta.
Eran días en los que aseguraba
que la luna nos seguía por la ventana. Y me maravillaba
saber que todos esos focos
que brillaban desde el fondo de la ruta
armaban la ciudad. Sabía que
entre ellas estaba la lámpara
del fondo
de casa. Y me dormía sobre
el asiento de cuerina negra. Confiada que
-y en esto es la infancia-
el ruido urbano de las luces silenciosas
no confundirían
al Citröen. Al pobrecito que
asmático y torpe, siempre encontraría
aunque nos alejemos demasiado
la manera de volver.
Mariela Gouiric (1985, Bahía Blanca, Provincia de Buenos Aires, Argentina)
Fuente: www.big-sur.com
Imagen: ciclocarneargentina.blogspot.com
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