Osvaldo Bossi | El poeta ocasional

Osvaldo Bossi











La marea de la noche, otra vez








La marea de la noche,  otra vez

vendrá y se llevará todo, o casi todo.

Mientras tanto, debo pensar en mi red

como si fuera un pescador experto

el instante fugitivo.

                                  Lo hago.

Apoyado contra la mesa del bar

espero a que él defina, una vez más

el golpe que dará la bola blanca

contra la bola rayada,

con ese efecto calculado – especie de rotación

y traslación, que determinará el impacto

de una esfera contra la otra,

del que yo tomo mis primeras lecciones.

Acerca el taco, afila

el ojo, el cuerpo apenas inclinado

hacia adelante, me dice cómo va a ser

el golpe, y el golpe se produce

efectivamente en la realidad:

                                                      seco, preciso.



Cada tanto, un bufido tenue

sale de sus labios. El bar se inclina. La muchacha

trae la cerveza y dos vasos.

Yo voy guardando todo, o casi todo

en la recámara de mi corazón.

El se sonríe, vuelve a inclinarse y a golpear.

Pasa un auto. Grazna un pájaro

en lo profundo de la noche.



                                                           Él se acerca

y llena hasta el borde

los vasos de cerveza. La espuma

es traicionera, dice. Y luego, más calmo:

Alguien llora por mí.



Después se acerca. Acerca su vaso

contra el mío, y delicadamente lo choca. La recámara

que lo ha guardado todo (o casi todo)

se cierra.

                 Él me mira y se sonríe, de tal forma

que todos sus enemigos

y  todos mis enemigos

se ríen también con nosotros,

y deponiendo definitivamente su actitud

dan un paso atrás.



Luego, un poco atontados

por la alegría del alcohol y el amor

que él y yo nos tenemos

salimos a la noche, a la calle

desierta. Sin consultarnos nada,

de memoria. Caminamos

hasta el hotel que está a unas pocas cuadras

de ahí.

               Él saca un cigarrillo, el último. Lo enciende,

lo fumamos a medias. No importa

si hace frío o si hace calor, muy juntos

caminamos toda la noche, como dos chicos solitarios

sobre la superficie de la luna.







No deberías irte y desaparecer así







No deberías irte y desaparecer así,

sin una despedida.

                                  Qué importa

si nos caemos como dos borrachos

en el peor de los patetismos.

Yo quiero una despedida como la gente.

Necesito llorar a mares. Decir

primero que no entiendo nada de todo esto

y luego, ante la inminencia de la separación

aceptar que caiga otra vez

desde el cielo, ese rayo

                                           esa cortina de agua

que no cesa, diciéndole a los cuatro vientos:

Dios mío, ya no nos veremos más.



Y  llevarte después por la calle

en el pecho, en las mano (un poco transpiradas)

tironeando con fuerza una balsa pequeña

pero sumamente fatigosa y antigua

hasta el otro lado del río,

mientras una manada de cocodrilos

espera su puñadito de comida.



Soy un muchacho comprensivo.

Mi escena se desarrollaría en el interior

de un paisaje blindado

Y nadie, nunca, se daría cuenta de nada,

pero por favor: no desaparezcas de mi vida

como la otra noche.

Ya sé que somos aire, sueño, fantasmas

y que ningún ritual, por estúpido

o maravilloso que sea, podrá cambiar esto.

No importa, sólo quiero abrazarte por última vez

y luego atenerme a las consecuencias. O pensar

como lo haría cualquier otro

en esas circunstancias, en dormir o morir.

                                                                            Sólo eso.

Y decido después, inclusive, en voz alta

como si estuviera por fin adentro

de una relampagueante tragedia isabelina.





Osvaldo Bossi (1963, Ciudadela, Provincia de Buenos Aires, Argentina)

De: " Ni la noche ni el frío", textosintrusos, 2012

Imagen: ciudadanos-web.com.ar 

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