Poesía o mercado | El poeta ocasional

Poesía o mercado





Por Rodolfo Alonso













      La actual travesía por el desierto en que se encuentra
hoy aislada la poesía no es apenas, por desgracia, sólo el problema de un
género literario.  Al derivar de una
honda crisis del lenguaje (como se sabe, fundamento ineludible de nuestra
condición), cobra alcances mucho más graves. No fue por azar que un narrador
tan exigente como el siciliano Vincenzo Consolo 
pudo decir: “Leyendo mis libros y los libros que se escriben en los
últimos tiempos, me he dado cuenta de que ya no hay espacio ni tiempo para la
literatura entendida en su sentido más alto. Se escribe una infinidad de
novelas, pero en ellas ha desaparecido un aspecto esencial del género: la
expresividad.” Para agregar poco después, con absoluta claridad: “Hoy a muy
pocos les interesa la poesía.” Incluso a los muchos que en la actualidad
pretenden ejercerla, me animaría a añadir.





En el prólogo a un libro de Olga Orozco: Eclipses y fulgores, no cualquiera
sino un representativo poeta español, Pere Gimferrer, viene espontáneamente a
coincidir con lo que imaginé sólo ansiedades personales: “se diluyó hace ya
tiempo el diálogo entre las literaturas hispánicas, incluso en nuestra propia
península y, momentáneamente, parece eclipsada además en ella la noción de poesía.  Lo 
que  sabían por igual Juan Ramón
Jiménez, Aleixandre o Cernuda  --es
decir: que la poesía moderna, entre otras cosas, es la que sucede a Rimbaud y
Lautréamont-- parece hoy olvidado por buena parte de sus coterráneos.” Y, por
si fuera poco, reafirma de inmediato: “Se trata de un olvido interesado y no
espontáneo, como interesada y no espontánea es la dejación del diálogo de las
literaturas, en la medida en que podría servir de recordatorio acerca de la
verdadera naturaleza de la poesía en
la modernidad.”


         Claro que fue alguien al parecer poco
afecto a las sutilezas, Mario Vargas Llosa quien, en otra entrevista no
demasiado lejana, con ingenuidad o desparpajo planteó nítidamente la
inquietante disyuntiva: “El humor en mi obra tiene que ver con la necesidad
actual de acercarse a un público que no está dispuesto a invertir mucho
esfuerzo intelectual en la lectura.” ¿No es esto confesar que no se crearía ya
de acuerdo con cierto ideal de la literatura o del arte, para intentar un
diálogo o al menos un contacto con ese fecundamente superyoico tribunal de los
mejores que (según el sagaz y digno australiano Robert Hughes, el mismo hombre
que por cuestiones de ética estética supo renunciar al codiciado cargo de
crítico de arte en “Time”) todo creador legítimo lleva en su conciencia?
Ahora, viene a decirnos crudamente el autor de ”Pantaleón y las visitadoras”, escribes para vender o no escribes
para nadie.


         Pero fue el padre de la novela moderna,
nada menos que Gustave Flaubert, en una carta a Guy de Maupassant y ya en 1872,
quien había anticipado su propia respuesta para la misma cuestión: “¿Por qué
publicar con los horribles tiempos que corren? ¿Es por ganar dinero? ¡Qué
irrisorio! ¡Como si el dinero fuese la recompensa del trabajo!”. Y, por si
fuera poco, en otra carta a George Sand, ese mismo año, se animó a sentenciar:
“cuando uno no se dirige a la masa es justo que la masa no le pague. Es la
economía política.” Mientras que mi compatriota, el escritor argentino Luis
Chitarroni, refiriéndose al insólito dúo que alguna vez formaron nada menos que
Joseph Conrad y Ford Madox Ford, apuntó con precisión que “Ninguno de los dos
se ejercitaba en las genuflexiones de esa reverencia penosa por el mercado.”


         Y yo no consigo dejar de preguntarme,
hoy, con más angustia que ansiedad, ¿es que estaremos realmente tan lejos de lo
instintivo y lo sagrado como para imaginarnos a Van Gogh reclamando un análisis
de mercado antes de arrojarse a pintar sus Girasoles?
“Han dejado entrar putas en Eleusis” clamaba, hace tiempo, el políticamente
despistado pero artísticamente visionario Ezra Pound.




Imagen: "La escuela de Atenas", de Rafael Sanzio

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