La fiesta
Levantaron la compuerta del baúl
Carreras, equilibrios y verticales-puente
en ámbitos que se levantaban y caían
a nuestro paso, según nuestra voluntad:
galerías con arcos y columnas,
infinitos gimnasios con pisos de madera,
tinglados ásperos con reverberaciones,
y así...
Figuras finas y flexibles, fuimos, en esa tela inmensa
llegar al tipo exacto de luz con el óleo
y de paso atrapar la blandura del aire;
el punto exacto, en óleo, de esa consistencia.
A los grandes los volvimos a ver
Por el momento no eran más que una idea
o varios pares de sombras demarcantes:
esto es centro, esto es suburbio y lo del medio es no-terreno,
sin saber que tragábamos aire casi ilegalmente
de y en cada una de esas franjas
siempre a punto de pasar a ser otros.
Todo cambió cuando corrieron el toldo con la noche.
Sin la velocidad de los espacios abiertos
pozos a compartir con las luciérnagas.
Tanta luciérnaga en los ojos,
como el confeti o el rocío de sal,
o ese humo abrillantado de las grandes explosiones–
funden los cinco sentidos en un sexto.
Pispeamos desde ahí a nuestros padres en sombras:
y resultó que se habían puesto a administrar
una fluida intimidad en la que cada recoveco
servía de altarcito para un símbolo.
Tierna es la noche, parece, nos dijimos.
Salvo que sí, hay una subcorriente
bajo la sólida costa, por las venas iodadas
transcurre lo decapitado en general.
Imagen: Facebook
0 Comentarios