Lo que quiero nombrar es una calle. Calle que nombro por no nombrar el tambo de Gabriel
y el pampón de los perros y el pozo seco de Clara Vallarino y la higuera del diablo.
Y quiero recordarla antes que se hunda en todas las memorias
así como se hundió bajo la arena del gobierno de Odría en el año 50.
Los viejos que jugaban dominó ya no eran mi recuerdo.
Nadie jugaba y nadie se apuraba en esa calle, ni aún los remolinos del terral pesados como piedras.
Ya no había hacia dónde salir ni adónde entrar.
La neblina o el sol eran de arena.
Apenas los muchachos y los perros corríamos tras el camión azul del abuelo de Celia.
El camión de agua dulce, con sus cilindros altos de Castrol
Yo pisé entonces una botella rota. Los muchachos (tal vez) se convirtieron en estatuas de sal.
Los perros (pobres perros) fueron muertos por el guardián de la Urbanizadora.
Y la Urbanizadora tenía unos tractores amarillos y puso los cordeles y nombró como calles las tierras
que nosotros habíamos nombrado.
(¿También son sólo olvido?).
Lo quiero recordar es una calle. No sé ni para qué.
ANTONIO CISNEROS (1942/2012, Lima, Perú)
De: "Crónica del Niño Jesús de Chilca", Premia Editora, 1981
Enlaces: El poeta ocasional
Imagen: laotrarevista.com
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