Tarde de domingo
Dios descansó al séptimo día
y a las seis de la tarde se suicidó.
Domingo de manteles abatidos
y alforjas que flojean
y euforia de gol
que no alcanza a conjurar
el declive de las horas.
Los ángeles comienzan
a susurrar cosas tristes a los pájaros,
las hormigas no caminan
igual en las selvas ni en los patios:
se desorientan, dominicales se ralentizan
y los puños se aflojan
porque hasta la ira tiene resaca.
Dominguean las hojas
y las luces, se dejan
arrastrar con indolencia
y aunque haya sol
es siempre insuficiente
cuando se precipita esa melancolía
torrencial desde los techos.
El mundo
entero parece congregarse
ante un único rescoldo
que se apaga
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