Una vida antigua y dispersa
Ramas de cualquier árbol seco, secas
para sostén de zarzas que incubaron
todo el verano unas bayas rojas;
tan incapaces de sacarse
el parásito de encima como yo de la mente
una ronda de caranchos bajo el cielo
amarillo café. Te quiero decir,
por Santa Magdalena llegué a este puente
que pide PRECAUCION
VELOC. MAX. 5 KM. para ver bajo su arco
delicadamente ensamblado, en el atardecer,
donde la mugre alcanza su apoteosis.
Atrás de un hato de casuchas y árboles
achaparrados, en el engrudo de esa orilla
amasado con limo y jabón, brea, cromo,
cenizas de plástico y piedra carbonizada
que junto al agua bofe convergen
hacia el negro más puro.
Prueba de la unión en la
separación,
no tanto porque otras veces esta misma
gleba estéril nos sirvió para remontarnos
más allá de la dureza y de la sed
como por sentir que una vida antigua y dispersa
se recogen en un haz y vuelve a tocarme.
Llega el ruido a fricción de la marmolería,
su torre octogonal con un suerte de
belvedere al que no se asoma nadie para ver
las ruinas del aserradero, esos fierros,
vidrios rotos y ladrillos que se ciernen
como los hongos en la raíz podrida
en torno a un punto de mala conciencia.
DANIEL GARCÍA HELDER (Rosario, Argentina, 1961)
De: "El guadal", Libros de Tierra Firme,1994)
Imagen: literasur.blogspot.com
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