Rafael Cadenas: Nuestra memoria, antes adueñada, dejó de escoltarnos
Derrota
Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy objeto de risa para mí mismo que creí
que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por la calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que fui preterido en aras de personas más miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi ridícula ambición
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo («Ud. es muy quedado, avíspese, despierte»)
que nunca podré viajar a la India
que he recibido favores sin dar nada en cambio
que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas estas cosas y por otras cuya enumeración sería interminable
que no puedo salir de mi prisión
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que me niego a reconocer los hechos
que siempre babeo sobre mi historia
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas
que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable
que no soy lo que soy ni lo que no soy
que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras
que he vivido quince años en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado
que nunca usaré corbata
que no encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme, barrer todo y crear de mi indolencia, mi
flotación, mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente me suicido al alcance de la mano
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del juicio final.
Tristes anales horadan las costas
I
Tristes anales horadan las costas.
Días torturados en medio de una ebriedad.
Encantamiento que cubre una zozobra.
Me prolongo por veredas sangrantes como dilatado
resto de legión.
II
Me entrego a estas arenas donde el brillo rescata.
Aquí soy. Sin pensar.
III
Dones.
Lentos navíos sobre las aguas bruñidas.
Senderos que se esconden en el verdor.
Bungalows, y el acuerdo en la noche que nos
transporta.
IV
Verdes ilesos.
¿Sobrevive aquí el hondo designio?
V
En esta playa no me pregunto quién soy ni dudo
ni ando a tientas.
Claras potestades imperan aquí, ahuyentan ráfagas
de aniquilación, aúnan lo roto.
Inician.
VI
Rostros sumergidos reaparecen en la oscuridad
del cuarto.
Derrame de ayeres, dádiva inasible, náufragos.
Sin ellos me desprendo de mí.
VII
Lentitud sagrada. Hemos dejar pasar los días desde
un vasto olvido. Nos anegó la indolencia. Entregamos
las armas. El sitio duró poco.
Desheredados, el lugar se adueñó de nuestra historia.
La volvió espera.
VIII
La claridad rodea nuestro letargo. La calma nos encuentra. Las
mareas tocan a nuestra puerta para despertarnos.
Juntos somos anteriores a nosotros.
Para que nuestros ojos sean claros hay exilios.
IX
¡Cuánto hemos andado!
Nuestros sentidos se enriquecieron con extrañas
donaciones. Allí la tierra nos permitía ser.
Nuestra memoria, antes adueñada, dejó de escoltarnos.
X
Contemplo el desatado verde, la danza del mar frente a nuestra
casa, la lluvia que lleva la miseria de la ciudad por pasadizos
vegetales. Se aproxima la noche en Point Cumaná; aún permanece
cierta luz, zumo de ocaso. Lejos resuenan barriles metálicos. Se
oye un calipso en el follaje rey. No pienso. Se olvida aquí. Es
magnífico.
RAFAEL CADENAS (1930, Barquisimeto, Venezuela. Reside en Caracas)
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