Eileen Myles

Infancia, televisión


Televisión pública   




Siempre tengo miedo. 
¿Vos no? Todo zumba 
en la cocina, mi 
madre comenta que 
lo que estoy leyendo 
se ve denso. Digo 
que no, que es 
sobre la televisión 
y empiezo a 
explicarle el 
estructuralismo y 
Robert Young y 
al pasar menciono 
Zeborah que es 
donde compré 
el libro— 
y estoy segura 
que eso fue todo  
lo que mi madre  
escuchó.  
  
No sé 
por qué 
no me llamaste 
hoy 
a la mañana. 
  
¿Es porque 
te escribí 
sólo un poema 
en agosto o es
que te doy
vergüenza?
Me elevo sobre
las pequeñas
y sinuosas colinas
de Manchester,
Massachusetts.
 
Ahí y por
la gracia
de dios
voy detrás
de una mujer
de mi edad
que arrastra
a dos niños.
 
Me apuro
para volver a
mi casa y recordar
qué postal
olvidé enviar.

¿Puedo sonar
animada
en una carta?
 
Mi madre
se sienta
al lado de
la estufa. Está
helado en
la cocina de
Nueva Inglaterra.
 
Aquí los comentaristas
deportivos son
divertidos y la
gente come un
montón y no son
muy amistosos,
pero te saludan.
 
No me
has llamado, eso
debe significar algo.
Que mi forma
de operar deberá
ser otra, meterme
sólo en mis
propios asuntos.
Existen, por
supuesto, los
medios masivos,
lo que todos ven
y todos saben.
¿Qué es lo
que todos
saben? ¿Acaso
les importa?
¿Se ve bien?
Y también
existe
el pequeño
y privado
mundo de
los sentimientos,
llamémoslo
acceso.
 
No me importa
cómo se vea
desde afuera o
si nos están
viendo miles
de millones
de televidentes, lo
que me importa
es ocupar
el sitio más
importante en
tu corazón
y un canal directo
al mío.
Quiero
que este rayo
sea largo,
poderoso
y verdadero.
¿Lo es?
 
 

Mi infancia



 
Nunca saqué el primer lugar
en el colegio. Sólo segundos lugares.
Lo que más quería era tocar
El saxofón, pero eran muy
dorados y demasiado caros.
Pedí una trompeta (85 dólares),
pero me dijo (el señor Amarusso,
cabeza pequeña y cuerpo grande)
que no creía que yo pudiera tocar
con el diente delantero roto…
¿entonces puedo tocar el clarinete?
No, ya tenemos demasiados.
Y ahí quedó la cosa.
Secretamente quería tocar la batería.
En mi casa tenía bongós
y un disco para aprender
a tocarlos que sonaba tucu
tucu tuc, tucu tucu tuc y
también me sentaba
románticamente en el living
a tocar canciones de vaqueros
con mi armónica
y desear estar borracha.
A veces, mi mamá
se asomaba en la puerta
de la cocina y decía: Eileen,
eso suena muy bonito.
Y yo, naturalmente, me
ponía colorada y tartamudeaba.
¿Qué pasaba durante mi infancia?
Yo sabía que era la número uno.
La monja me llamaba a su escritorio
y me decía: Es increíble,
Eileen Myles, tu coeficiente
intelectual es el más alto
de todos los séptimos, pero
con las caras que hacés pensé
que eras retrasada mental.
Sos una chica linda,
no deberías arruinar tu
cara haciendo esos gestos.
Lo estás haciendo de nuevo.
Lo estaba haciendo de nuevo.
Y yo corría desesperada a
mi asiento. Escuchen mis pasos.
Yo era la chica más gorda
de todos los séptimos.
Siempre me sentí gigantesca
pero seguían poniéndome
al medio. Mi hermana Nancy
nació en 1953 y tuve
que cambiarme de la pieza
soleada que estaba en el lado
de la casa donde había un
pequeño techito privado
desde donde mi papá
se cayó muchos años después,
bueno, en 1961. Me cambiaron
a la pieza grande con aleros,
donde no se podía hacer nada
si querías cambiar cosas de lugar,
yo quería cambiar de lugar a mi hermana.
Mi hermano seguía a punto de morir
y mis papás seguían decorando,
esos muros azules con barcos y
hombrecitos con telescopios.
Un escritorio con una máquina
dorada que cambiaba las fechas,
papel secante. Mi hermano seguía
a punto de morir y recibiendo
este tipo de regalos. No estaba
tan mal. Yo tenía un amigo imaginario
que encontré entre las algas en la playa,
medía treinta o sesenta centímetros
y era mi amigo y siempre estaría
a mi lado. Solamente jugaba con
dos muñecas, Davey y Timmy.
Me gustaba Mujercitas, pero
mi personaje favorito era Laurie
y, en realidad, amaba Hombrecitos.
Me indigné cuando Jo creció
y se puso toda maternal. Es tan
material, los muros de piedra
alrededor de la escuela de Jo
y su marido barbón y viejo, que hablaba
igual que su papá, el señor March,
que siempre estuvo ausente excepto
cuando apareció con unas copias de
El progreso del peregrino para sus
hijas hambrientas, Meg, Jo, Beth y Amy.
¿Por qué a Laurie le gustaría una perra
como Amy? Hubo también un tercer
libro, Los muchachos de Jo, donde
los personajes están gordos y tienen
ataques cardíacos, un niño gordo
que se llamaba Stuffy, reelegido concejal,
se muere en un banquete. A estas
alturas Jo se parece bastante a la autora.
Durante mi infancia me daban permiso
para quedarme despierta hasta tarde
y ver a Mary Martin hacer de Peter Pan
porque era muy devota del libro.
Pasé infinitas horas sentada en mi pieza
mirando las imágenes de Peter en mi libro,
imaginando las otras cosas que haría,
toda emocionada. En la televisión
Peter era una mujer adulta con el pelo
hacia atrás que hablaba como niño y
que volaba por el escenario colgada
de unos cables. No podía dejar de mirar
su cuerpo sabiendo que era mujer,
sintiéndome engañada y confundida
porque no buscaban a un niño real
para el papel. Oh, yo creo que es increíble,
decía mi mamá con admiración.
Me gustaban “I’ve Got a Crow” y “I Won’t
Grow Up”, pero aun así un niño real
habría sido mejor, mucho más emocionante.
Y “I’m Flying” me parecía estúpida porque
se suponía que estaba volando y, en realidad,
no estaba volando, sino que estaba colgada
de unos cables. Después de ver ese show
nunca más pude soñar con el libro de Peter Pan,
pero sí pensé en volar sobre un escenario.
Y siempre que mencionan a Mary Martins
siento un poco de nauseas. Había algo
raro en ella. En la tele pasaron un programa
especial de Aladino, la estrella era Sal Mineo.
A mi mamá le costó un mundo hacer
que mi papá se acostara antes que empezara
para que pudiéramos verlo. Él hablaba
mucho durante los programas que teníamos
ganas de ver. Opinando esto o lo otro
sobre cualquier cosa que le recordara
lo que estábamos viendo. Hasta que
empezaba a gritar porque no estaba bien.
Pero esta noche era una noche muy tranquila
y yo estaba emocionada y nerviosa, de verdad,
y empecé a columpiarme en la mecedora. Mi
mamá había dejado sacado de la jaula a
nuestro periquito, Nicky, para limpiarla.
Dijo que Nicky se veía un poco enfermo.
Yo estaba columpiándome como loca
al principio del programa y, de pronto,
sentí un bulto en la alfombra y mi hermano
gritó. Mamá. Y mi mamá salió de la cocina
y llegó y el pájaro se retorcía a centímetros
de la mecedora. Oh dios mío, dijo mi mamá.
Vos no lo hiciste, me dijo. Mientras lo llevaba en una pala
a la cocina. Mi hermano gritaba: mató a Nicky,
mató a Nicky. Pero yo no sabía que estaba ahí.
No lo hiciste vos, Nicky estaba enfermo.
Lo mataste, lo mataste. Intenté ver
el programa un rato pero sentí nauseas
y me fui a acostar. Dentro de mí todo
parecía arruinado y ni siquiera sabía
qué y cómo había pasado o qué era verdad.
Eran mi hermano y mi mamá, pero
sentía que yo era la culpable. En la escuela
todos dijeron que el programa era aburrido
y entonces me sentí un poco más feliz.
 





EILEEN MYLES (1949, Cambrigde, Massachusetts, Estados Unidos de NA)
Fuente: Eterna cadencia | Sitio de Eileen Myles | Círculo de poesía
Imagen en Guernica Magazine


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