Richard Jones



Llamo a mi madre una vez a la semana







Mi madre vive en un mundo

de tragedias y desastres.

Ayer me dijo por teléfono

Oye, una avioneta blanca

acaba de estrellarse

en el patio. Menos mal

que no aterrizó sobre el tejado,

dije yo sin saber qué decir.

Algo así como cuando me dijo

La casa de al lado ha ardido

hasta el suelo, y yo le dije

Estás de broma, y ella dijo

Fue infernal, entonces le pregunté,

porque entiendo de palabras,

si ella había usado la correcta.

Le dije que infernal era del todo

correcto, y añadió que era una noche

muy oscura, y los cuatro de la joven

familia murieron en el incendio.

¿No pudieron salvarlos? le dije.

No pudieron encontrarlos, dijo ella,

y en el silencio del teléfono

casi podíamos oír las llamas.

Para cambiar de tema le pregunté

por la loca de su amiga Nancy.

Nancy está siempre tramando algo.

Detenida por asesinato, dijo mi madre.

¿Qué? dije. Contrató a un asesino a sueldo

para matar a la esposa del hombre

con quien quería casarse. Lo trágico

es que él ni siquiera conocía a Nancy.

Por supuesto, no hay nada que decir

en respuesta a una historia como esa,

así que solo dije Suena a amor verdadero,

y mi madre dijo Sí, ¿verdad?








Traducción: Enrique Gutiérrez Miranda







Contraste





Todos los años de la escuela secundaria

durante la temporada navideña,

desde Acción de Gracias hasta Navidad,

cuando la luz fría se debilitaba

y crecía la oscuridad de los días

mi madre sorda y yo trabajábamos

por el salario mínimo en el PX

de la Base Naval en Norfolk,

abriendo cajas y organizando

en el largo estante de exhibición del pasillo

miles de tarjetas de felicitación.

Mi madre se volvía hacia mí

y leía cada tarjeta en voz alta

como si estuviera entregando

el mejor poema jamás escrito.

Amo a mi madre, así que

no dije nada, aunque apreté los dientes

y cerré los ojos para no escuchar

el sentimiento pegajoso y los clichés.

Esas tardes a principios de invierno

eran la pesadilla freudiana de un poeta incipiente,

aunque mirando hacia atrás,

me he encariñado con el recuerdo,

tanto que esta noche firmaré

la tarjeta que he elegido, agradeciéndole

por ser quien es -mi madre-

y enviarla en un sobre rosa






Versión Google / Prd




I Call My Mother Once a Week








My mother lives in a land

of disaster and tragedy.

Yesterday on the phone

she said, Look, a small

white plane just crashed

in the yard. Good thing

it didn’t land on the house

I said, not knowing what to say.

It was like the time she’d said

The house next door burned

to the ground, and I’d said,

You’re kidding, and she said,

It was an inferno, then asked,

because I know about words,

if she had used the right one.

I said inferno was exactly right,

and she added that it was night,

pitch-black, and the young

family of four had died in the fire.

They couldn’t be saved? I said.

They couldn’t be found, she said,

and in the silence on the phone

we could almost hear the flames.

To change the subject, I inquired

about her crazy friend, Nancy.

Nancy was always up to something.

Arrested for murder, my mother said.

What? I said. She hired a hit man

to kill the wife of the man she wants

to marry. Tragedy is, the man

didn’t even really know Nancy.

Of course there’s nothing to say

in response to a story like that,

so I just said, Sounds like true love,

and my mother said, It does, doesn’t it?






Hallmark








Every year of high school

during the holiday season

from Thanksgiving to Christmas,

when the chill light was failing

and the days were growing dark,

my deaf mother and I worked

for minimum wage in the P.X.

of the Naval Base in Norfolk,

opening boxes and arranging

in the aisle’s long display rack

thousands of greeting cards.

My mother would turn to me

and read each card out loud

as if she were delivering

the greatest poem ever written.

I love my mother, and so I said

nothing, though I’d grit my teeth

and shut my eyes not to hear

the sticky sentiment and clichés.

Those afternoons in early winter

were a budding poet’s Freudian

nightmare, though looking back,

I’ve grown fond of the memory,

so much so that tonight I will sign

the card I’ve chosen, thanking her

for being who she is—my mother—

and send it off in a pink envelope.








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